Audrey Hoffman
era una afamada escritora. Desde que era pequeña se dio cuenta de que tenía una
imaginación que con facilidad despegaba, y con el tiempo y la ayuda de sus
padres, se volvió una asidua lectora de historias fantásticas. Aunque no
concordaba con autores serios y pesimistas, de esos que hacen libros para
hablar de la vida, la muerte o el amor para llenarlos solo con su deprimente
pesimismo.
Era por eso
mismo que a Audrey solo le gustaban leer cuentos sobre hadas, caballeros, y también
de cosas mas “recientes”. Al llegar a la preparatoria la mayor parte de su
tiempo la pasaba leyendo y cuando a veces los maestros no llegaban a presentar
su clase, Audrey se ponía a leer un buen libro en lugar de parlotear como el
resto de sus amigos. Mas que odiar esto de parte de sus compañeros, Audrey por
siempre les agradecería el hecho de que no se callaran, pues esto mismo la
impulsó a seguir leyendo aunque no fuese a veces posible por el ruido,
aprendiendo de esta manera a leer aun cuando se esta en medio de una fiesta de
graduación en plena pista de baile.
Ya convertida
en una universitaria se animó a escribir sus propias historias, que ella
aseguraba tal vez no tendrían un éxito mayor que el de ser admiradas por las
pocas amigas que tenia. Pero es de sabios equivocarse y para Audrey una
equivocación nunca seria tan dulce como aquella que ocurrió en el mes de octubre.
Era de noche y afuera caía una leve llovizna, y por raro que pareciera, esto
animó a Audrey a ponerse a escribir. La atmosfera que había esa noche la animó
a escribir su primera historia de suspenso a la que llamo “La lluvia de
sangre”, una historia en la que en una parte de Londres, conocido por ser una
zona más que lluviosa, un asesino salía a las calles en la oscuridad de la
noche buscando a sus familiares, porque de pequeño se extravió. Pero no los
buscaba para abrazarlos, sino para matarlos, porque nunca hicieron ningún
intento para encontrar a su hijo, simplemente lo dejaron a merced de la ciudad
en una tarde lluviosa de hace 15 años.
Aquel fue su
primer gran paso hacia lo que seria su vocación mas grande para con la
sociedad. Actualmente, Audrey Hoffman era una de las escritoras mas famosas de
todos los tiempos, con mas de 43 libros en su haber entre los que destacaban
“La tumba de la luna”, “La llamada de las sombras”, “Un lugar llamado
Skowhegan”, y por supuesto, su opera prima “La lluvia de sangre”. Cabe también
mencionar que todas sus historias, contando también las que escribió cuando
solo era una chica de universidad, fueron rotundos éxitos que figuraban en las
listas de los más vendidos.
Aunque Audrey
era capaz de escribir, escuchar música y platicar con sus amigos al mismo
tiempo- fueron los frutos de aprender a leer aun con ruido- , a ella le gustaba
mas la idea de empezar a escribir su nuevo libro en un recinto envuelto en la
soledad y el silencio.
Desde que
estaba pensando escribir una nueva obra hace ya cuatro meses, Audrey pensó en ir
a una zona de camping en Utah a iluminarse e inspirarse en la tranquilidad que
evocan los lugares como aquel.
Así que partió
una noche tranquila de Arizona en su auto, directo a Utah. Utah es conocida por
ser una zona montañosa, y algunas de sus carreteras se desarrollan por entre
las montañas. Salió de tarde, y para la noche aun seguía encaminada, iba con la
mirada fija en la carretera. Miro a un lado donde una gruesa pared de roca se
regía a un lado de la carretera, miro al otro lado y solo una pequeña barda de
seguridad la separaba a ella y a su auto de una caída de más de 200 metros y de una
muerte segura. Solo usó una pequeña fracción de tiempo para observar esto, y siguió
mirando hacia enfrente, después hacia el cielo. Sabia que no podría causarle ningún
problema esta acción pues la carretera desde hacía ya más de una hora estaba
totalmente desierta. Así que siguió admirando el cielo oscurecido a causa de
que el sol de aquel día había ido a morir hacia el horizonte, donde las aves se
pierden mientras vuelan desplegando bella y elegantemente sus alas mientras son
la envidia de aquellos soñadores que alguna vez han deseado surcar los aires
como ellas.
Estaba tan
despreocupada mirando el cielo estrellado que no se dio cuenta de que la
carretera había tomado el camino hacia una pendiente. Ahora Audrey estaba
subiendo por la ligera inclinación de la carretera. Pronto se dio cuenta de que
la carretera seguía esta trayectoria tan común en las montañas porque
precisamente la habían construido tomando como punto de soporte una montaña
pequeña, que ahora obstruía su lado derecho para ver a los demás autos, que
hasta ahora, estaban ausentes.
De todo esto
Audrey ni se fijó, pues seguía observando el cielo índigo, preguntándose a sí
misma que estaría haciendo su madre en Wyoming, si su hermana estaba bien, y si
su querido Owen estaba aún viviendo en la misma ciudad en la que crecieron
juntos, si aún la recordaba, si alguna vez supo que lo amaba locamente. Empezó
a sonreír. Pero justo en el momento en que bajó la vista hacia el camino, su
sonrisa se transformó en una mueca que combinaba el terror y la sorpresa. Un
inmenso camión de carga venia justo a ella con sus cegadoras luces que evitaban
que Audrey supiera que hacer. Era tanta la luz que no sabía si ella se había
cruzado en su carril o si era culpa del camionero, por ende, no sabía si virar
hacia la izquierda o la derecha. En ambos casos, era seguro que moriría, pues
podía caer por el borde del risco o podía chocar contra la pared rocosa de la
montaña para después ser embestida por el camión, que ya estaba disparando el
poderoso rugido de sus bocinas. El sonido era ensordecedor y para Audrey solo
era una presión de acuerdo a lo que debía hacer, era como si le dijera: “tic- tac,
Audrey, el tiempo corre, ¿Qué harás ahora?”, pero en el fondo de su corazón,
donde nace el terror puro, aquel que chilla, gime y te hiela el alma, el sonido
de aquel claxon era como una macabra voz que le decía: “Es inevitable, te vas a
morir”.
Inesperadamente,
cuando al camión solo le faltaban unos siete metros para el inevitable impacto,
Audrey reaccionó y arriesgándose la vida, giro hacia la derecha, donde era
seguro que la muralla montañosa la estaba esperando. Cuán grande fue su
sorpresa y su alivio al ver que fue ella quien se había cruzado hacia el otro
carril dejándole espacio libre para salvar su vida. Aunque fue culpa de ella,
el camión no ganó este round.
Mientras se
alejaba del lugar y empezaba a bajar por la montaña, Audrey se puso a
reflexionar- esta vez con los ojos fijos en el camino- que su hazaña, más que
sorprendente era imposible, pues aunque su auto era pequeño, no había ninguna
oportunidad de librarse de la muerte. Tal vez todo era una alucinación, tal vez
ahora mismo estaba dentro de su auto todo destrozado, agonizando, sangrando,
imaginando que fue ella quien venció al destino y no al revés, mientras se
encontraba a punto de desplomarse en el abismo. O incluso todo iba más atrás,
tal vez solo estaba teniendo una pesadilla la noche antes de salir rumbo a
Utah. Tan increíble le pareció estar viva que hasta llegó a pensar que nada de
eso aun llegaba a ocurrir. Pensó que tal vez aún estaba soñando, a los diez
años, sólo que este no era un sueño como los que solía tener, en los que era
una astronauta que se desplazaba por el espacio en un cohete color de rosa y
floreado; o en los que era una audaz pirata que surcaba los mares peleando,
maldiciendo y degollando a sus enemigos con saña y locura infinita. No, este
era un sueño de su futuro, cuando finalmente había llegado a la madurez, cuando
podía conducir como su padre y cocinar como su madre. Pero lejos de ser algo
por lo que estaba ansiosa que llegara, esperaba que nunca ocurriese, pues en su
sueño ella estaba muriendo y al mismo tiempo vencía a la muerte. Eran las
consecuencias de ser Audrey Hoffman, tener una imaginación que podía hacerte
pensar en las hipótesis más lógicas y en segundos desarrollar las teorías más
ridículas y que rayaban en lo imposible.
Pero a fin de
cuentas sabía bien que todo había sido real, que milagrosamente estaba viva,
que debía seguir su camino. Finalmente y casi al amanecer, Audrey llegó a la
zona de camping, se estableció, y tomó la cabaña que había rentado para su estadía.
Para cuando hubo terminado de instalarse eran ya las 7: 34 de la mañana, pero
no había nadie despierto aún. Pensó que seguramente no había despertado nadie
porque tal vez empezarían sus actividades más tarde, después de todo, no habían
planeado ir a una zona de recreación para levantarse a las cinco de la mañana
para ir al trabajo. Como estaba cansada, Audrey se acostó un rato. Apenas
empezaba a dormirse cuando escuchó unas agudas risas. De inmediato se levantó
sobresaltada, pero al poco rato recordó que en ese lugar no estaba rodeada solo
de adultos perezosos sino también de niños ansiosos por jugar y por levantarse
lo más temprano posible para aprovechar bien su estadía. No pasó mucho antes de
que Audrey los ignorara y volviera a recostarse, pero pasó mucho menos tiempo
para que las risas volvieran a oírse, esta vez más fuerte que antes, como si
solo se estuvieran esmerando en no dejarla descansar. De inmediato se levantó
de la cama y muy molesta se dirigió a la entrada para gritarles que no hicieran
tanto ruido. A pesar de que las risas se oían como si estuvieran a solo dos
metros de su cabaña, al salir, Audrey se encontró completamente sola, no había
nadie afuera. Esto la inquieto un poco pero se olvidó de ello al instante y
regresó a la cama.
Después de
descansar alrededor de cinco horas, Audrey estaba más que lista para empezar a
trabajar. Así que apenas comió algo, salió a tomar un poco de aire puro.
-
Que extraño- dijo para sí
misma- todo está tan… callado.
Era bueno no
escuchar las risas ni los jugueteos de los niños, pero ese silencio que ahora
estaba reinando era por demás incómodo. No se escuchaba ni siquiera el trinar
de los pájaros, ni el sonido de las ramas de los árboles movidas por el viento.
Era un silencio macabro, como si solo se hubiera extinto el sonido cuando llega
un ser pensante y lo esperan en las sombras listos para atacarlo.
Lentamente,
Audrey entró en la cabaña. Pensó que tal vez las demás familias se habían ido a
acampar en lo profundo del bosque o a nadar al lago. Eso la tranquilizó un
poco, pero no lo suficiente.
Entonces, se
dispuso a pasar el resto de la tarde trabajando una vez se tranquilizó, y salió
al aire libre hacia la mesa de madera de camping que son muy usuales para comer
el almuerzo en estos lugares. Había planeado hacer una historia un poco más
tranquila, suave, recordando su pasado en su ciudad natal, contando la historia
de una joven que es víctima del cruel destino y es separada de su amor, hasta
ese entonces platónico.
Estaba tan
concentrada en su trabajo que ni siquiera se dio cuenta que desde hace un rato
una pequeña niña, de unos seis años, la miraba fijamente con sus enormes ojos
color miel. Audrey pensó que era muy hermosa, y dulcemente le pregunto:
-
Hola linda, ¿buscas a tus
papás?
No hubo
respuesta, ni siquiera cambió la expresión de su pequeño rostro de ángel.
Seguía mirando a Audrey fijamente, con una sonrisa de falsa tranquilidad, casi
ni parecía viva, pues Audrey no pudo percibir el movimiento de nuestro pecho
cuando respiramos. Un poco nerviosa, Audrey repitió la pregunta, de nuevo sin
respuesta. Empezó a sentir miedo, pues ese incomodo silencio estaba regresando.
Temía que de pronto en medio de ese suspenso, la niña finalmente hablara, no
importaba que fuera, igual le daría un ataque cardiaco a la aterrorizada
escritora.
De pronto
Audrey sintió que algo rozaba su pierna derecha, como una hoja de papel, al
inicio le bastó para gritar y romper ese molesto silencio, pero una vez vio lo
que era, de alguna forma se sintió aliviada. Era un pedazo de periódico ya muy
arrugado y empezando a ponerse amarillo. Audrey no pudo contener sus ímpetus de
lectora y comenzó a leer para sí misma:
“AUTOBÚS ESCOLAR DE ESCUELA
PRIMARIA LOCAL SE ESTRELLA CONTRA UN CAMIÓN DE CARGA. DIEZ NIÑOS A BORDO
MUEREN”.
La noticia le pareció
por mucho muy triste y terrible, pero entonces vio un anuncio clasificado
pequeño, el cual, al final del mismo, decía: “… interesados presentarse antes del
22 de abril.”; cosa extraña porque estaban en septiembre desde hace trece días,
no se explicaba el porqué de un anuncio tan pasado aún figuraba en el
periódico, más aún porque no es gratis publicar un anuncio.
Entonces,
considerándolo menos importante al inicio, Audrey finalmente revisó la fecha
del periódico: 7 de abril de 1985.
¡Era un
periódico de hace 26 años! Aun cuando estaba arrugado y decolorado, era impresionante
que aun estuviera íntegro. Una vez que terminó de observar el periódico, volvió
su vista hacia la pequeña. Cuán grande no sería su sorpresa y su terror
también, cuando no encontró ni rastro de la misma, se había esfumado sin emitir
ni un ruido, al igual que los inmensos sauces que no batían sus hojas con el
ulular del viento.
De un salto se
levantó de la banca de madera de la mesita de camping y empezó a mirar a su
alrededor, queriendo encontrar a alguien y al mismo tiempo siendo lo último en
el mundo que quería. El miedo se empezó a apoderar de ella cuando volvió a escuchar
esas risitas agudas de niños que, más que humanas, parecían sobrenaturales.
Llena de pánico, entro corriendo a la cabaña y no se atrevió a asomar la cabeza
por la ventana hasta el anochecer, el terrible y lúgubre anochecer silencioso.
Sin duda el peor
momento que Audrey pudo escoger para mirar por la ventana fue al caer la noche,
cuando los árboles son como gigantescos trolls de piel oscura, con sus
cabelleras mugrientas que ondean al viento, su piel rugosa llena de marcas de
navajas de muchachos desconsiderados, y sus bocas apenas visibles llenas de
dientes creados por las sombras nocturnas y por la torcida imaginación de las
personas. Cuando el viento sopla fuerte como un aullido de banshee, que
petrifica la esencia de la vida, y solo oírlo dan escalofríos y ganas de
cubrirse el cuerpo con una manta. Y claro, cuando una imagen brillante, que no
encaja con el lúgubre escenario, de la nada emerge. Fue lo que pasó
precisamente: la niñita que Audrey vio esa mañana ahora mismo estaba fuera de
la cabaña mirando fijamente la puerta principal con esa misma sonrisa falsa y espeluznante
de antes. Llena de terror, Audrey de alguna forma logró transformarlo en
valentía furiosa y salió de la cabaña decidida a gritarle a “esa cosa” que la
dejara escribir lo que sería su próximo Bestseller.
-
¡Maldita sea!- le grito
eufórica- ¿Qué rayos quieres de mí?
La furia
desmesurada de Audrey no pareció inquietarle ni por un segundo a esa chiquilla,
quien seguía mirando fijamente a la puerta. En un movimiento involuntario, tentada
por la curiosidad, Audrey giro la vista hacia la puerta principal que estaba
tras suyo. Obviamente no vio nada, era la puerta abierta que, con su cálida
luz, cortaba la espectral penumbra de la noche e invitaba a pasar al incauto
asustadizo.
En menos de dos
segundos realizo la operación y volvió la vista hacia la chiquilla. Pero
nuevamente no la encontró, había desaparecido. Aterrada, Audrey no pudo emitir
ningún sonido, estaba paralizada de terror y de pronto, sintió un escalofrío
que le subía por la espalda. Al darse vuelta por completo pudo ver a la niña,
que estaba en la puerta principal, sonriendo, con su horrible sombra extendida
por efecto de la luz de la cabaña. Audrey se sintió atrapada, no sabía hacia
donde correr, si entraba a su cabaña tal vez jamás volvería a salir, y si
enfilaba hacia el bosque podría toparse con ella de nuevo y el efecto la podría
matar del susto. Sintió que estaba embargada en una horripilante pesadilla, donde
nada era factible para ella y donde los niños eran horribles monstruos con máscaras
sonrientes, con sonrisas de cartón.
Mientras
miraba hacia todos lados, Audrey vio que la niña había desaparecido de nuevo y,
sin nada más que perder, volvió a entrar en la cabaña, bañada en sudor, lágrimas
y terror puro. No pudo conciliar el sueño en toda la noche. Al día siguiente,
su cara parecía demacrada y sus parpados pesaban, pero se negaba a cerrarlos, temía
que esa niña estuviera frente a ella con esa sonrisa glacial.
La
tranquilidad abrumadora se había ido, la mañana estaba preciosa, con cielo
despejado y se oía el trinar de las aves. Audrey se sintió tan feliz, tan
libre, tan tranquila que se sentó en la banca de camping para trabajar. Sin
embargo, a lo lejos volvió a oír las risas de los niños, pero cada vez se
hacían más fuertes, más cercanas. Fue entonces cuando vio salir detrás de unos
arbustos a un montón de niños, diez en total, quienes reían y cantaban
alegremente tomados de la mano y avanzaban hacia Audrey, quien no se inmuto en
lo absoluto sino que les devolvió la sonrisa a todos ellos. No tardó mucho para
que Audrey viera que entre esos niños estaba esa niña que le había hecho perder
casi toda su cordura la noche anterior, mostrando una sonrisa más humana, y fue
la primera vez que Audrey no sintió miedo, sino plenitud.
Finalmente la
niña avanzo hacia Audrey y, extendiendo su manita, le dio algo inesperado: una página
de periódico. Ésta era distinta a la que había visto antes, estaba más pulcra y
apenas maltratada. Audrey la tomó y empezó a leer la página principal. Una vez
que terminó de leer, le dedicó una última sonrisa a los niños, para después
levantarse de la banca y, junto a ellos, irse brincando, riendo, y tomados de
la mano hasta perderse en el bosque para siempre. La página del periódico que
Audrey leyó entonces sucumbió ante la brisa del viento y rodando por el césped,
mostró lo que Audrey había leído:
“AFAMADA
ESCRITORA DE ARIZONA MUERE EN UN ACCIDENTE AUTOMOVILÍSTICO EN LAS MONTAÑAS DE
UTAH AL ESTRELLARSE CON UN CAMIÓN DE CARGA.”