miércoles, 11 de diciembre de 2013

Umbral

Capítulo lll

-       - ¿A qué se refiere con eso de que van a su muerte?- dije girando casi de inmediato hacía Paul, que miraba la escena como cualquier persona que ve un desfile escolar o de comparsas de baile.
-       -Es simple.- respondió Sonia- Como ya se los hemos señalado, a cierta edad de su adultez, los jóvenes que han dejado de ser niños deben partir de este mundo de forma desconocida. Esos jóvenes se unen a la marcha que ahora están viendo, un solo día al año y es entonces cuando parten con un guía desconocido en un viaje del cual no regresarán con su cuerpo actual.
-       -Antes nos dijeron que nunca han descubierto qué es lo que les causa la muerte a los niños. Y ahora nos cuentan sin problemas que el causante es un sujeto que se los lleva. Parece ser que se han contradicho ustedes mismos.
-       -Si, mira, si bien sabemos quién se los lleva, nunca hemos sabido por qué se los llevan cuando alcanzan esa edad promedio, solo sabemos que ese hombre les contó a los habitantes de Umbral que presenciaron por primera vez este fenómeno que era algo inevitable. Y que todo aquel que los siguieran regresarían con vida, pero sin recuerdo alguno, sin moción de la realidad, con una verdad que en realidad es una mentira.
-       -Dicen que incluso hubo casos de personas que olvidaron todo, incluso cómo respirar o cómo sentir dolor. Desde entonces nadie siguió tratando de seguirlos, se resignaron a perder a sus hijos tan jóvenes y la advertencia se fue pasando de generación en generación- concluyó Paul.

Para ese entonces su rostro ya no mostraba esa gélida- cálida sonrisa, se había vuelto algo angustiada y a la vez angustiante. Casi extrañaba su sonrisa artificial. Casi.

-       -Ok, supongo que para ese entonces la calidad de vida de las personas era más elevada, pero desde entonces ésta fue decayendo, ¿Correcto?
-       -Es una hipótesis aceptable...
-      - Y, ¿Hasta dónde llega la marcha, y dónde empieza?
-     -No lo sabemos, cuando la marcha empieza nadie sale, ni siquiera cuando “algo” misterioso obliga a salir a los niños de sus casas al cumplir la determinada edad y los hace unirse al grupo e irse a morir. Creemos que incluso salir a los jardines y forcejear con nuestros hijos califica como “seguirlos” o “evitar su partida”, lo cual nos provocaría olvidar todo o que nuestra mente fuera completamente erradicada. Cuando llega el momento, solo nos despedimos y esperamos que nuestro pequeño no tarde demasiado en regresar a la vida.

Ahora los rostros de ambos mostraban tristeza, asumo que por la partida de Faulkner, su hijo mayor. Fue entonces que me pregunté cuánto han de sufrir aquellos “longevos” padres que han tenido una estirpe de más de 100 hijos. Cuánto dolor no han tenido que soportar, y cuán grande debe ser su fe y esperanza para seguir viviendo, creyendo que después de tanto dolor aun puede haber algo bueno. De pronto mi mente se iluminó:

-       -Así que... son solo suposiciones, ¿verdad?- les pregunté a ambos- No saben realmente qué es lo que pasa si solo salen al patio a observar la marcha, ¿Cierto?

Ambos se miraron, y casi al unísono contestaron:

-       -No... no lo sabemos.
-    -Bien- respondí- supongo que no me hará gran daño salir al patio y tener una mejor vista del evento principal.

Casi antes de terminar, tanto la pareja como Ricardo, se me abalanzaron encima para evitar que saliera. No trataron de taclearme, no, nada cerca de eso, pero si trataron de sujetarme para evitar salir. Entre empujones y súplicas logré salir al recibidor y abrí la puerta. Casi de inmediato me golpeó una corriente helada de viento. Los escalofríos me subieron desde las piernas hasta los hombros como una descarga eléctrica, y supongo que la sensación de estar en un punto en el que los habitantes de Umbral consideraban “El punto en el cual tu mente será procesada en una licuadora”, me inyectó una fortísima dosis de adrenalina, pues de pronto sentí que podía derribar una muralla con el simple latir de mi corazón.

Empecé a avanzar hacia la calle, primero siguiendo el caminito de concreto, después directo sobre el césped que, por el ligero chasquido que hacía al pisarlo, supuse ya había sido impregnado con rocío. No había nubes en el cielo, en algún punto de la noche el gélido viento se las había llevado en dirección norte, así que la luz de la luna golpeaba de lleno la calle, remarcando el color blanco de las máscaras que llevaban los chicos y haciendo que el manto de niebla casi pareciese diamantina de plata.

Miré atrás, Ricardo ya estaba en la entrada y daba sus primeros pasos fuera, mientras que Paul y Sonia estaban agazapados en el marco de la puerta, viendo la escena de mi gran valentía (o gran estupidez, como quieran verlo). Me detuve justo en el punto en que la acera terminaba, e incluso mi presencia no hizo que los jóvenes voltearan a verme, parecía no sorprenderles que una persona presenciara el macabro desfile tan de cerca, lo cual era extraño pues era el primero en décadas que lo estaba haciendo. Delante de mí no había nadie, voltee a ver a Ricardo que ya estaba cerca, al voltear de nuevo al frente casi grito, pues frente a mí se cernía una figura alta envuelta en sombras, o en ropas oscuras. Escuché que detrás de mí Ricardo gritaba: “¡Ay, cabrón!”. Lo encontré lógico, pues si bien yo no vi el momento clave en el que el ente se materializó, mi primo en cambió si pudo verlo. Desafortunadamente, nunca pude preguntarle cómo fue antes de su partida.

-       -¡“Señor X”, pero si es usted!- me dijo la cosa con una voz tan suave que suprimió mi temor inicial- No esperaba encontrarlo aquí, en este día.

Entonces me estrechó la mano. Debido al repentino frío mis manos estaban heladas, pero al estrechar su mano sentí de pronto cómo se tornaban cálidas, y no porque su mano lo fuera, sino porque su mano estaba TAN HELADA que casi sentía cómo me quemaba. Los tres segundos del apretón de manos se me hicieron milenios (maldito Einstein y su jodida relatividad), pero una vez concluido, el fuego congelado cesó. Entonces lo vi un poco mejor: era alto, y llevaba una gabardina que cubría la mayoría de su cuerpo, llevaba guantes oscuros que hacían juego con su atuendo y en la cabeza llevaba un sombrero de copa muy alto. Este detalle haría que cualquiera que supiese quién es, de inmediato lo asociara con el Profesor Layton. Solo que a diferencia del ficticio Profesor, yo no podía ver su rostro, ni sus ojos.

-       -Disculpe la molestia pero, ¿Nos conocemos? Es que no recuerdo haberlo visto antes- le dije, con un poco de duda en mi tono de voz.
-       -No lo creo, “Señor X”, yo conozco a casi todos aquí. No me pregunte cómo lo sé, solo lo sé y ya. Por ejemplo, su acompañante de ahí atrás se llama Ricardo. Puedo llamarlo Rix.
-       -¿Yo qué?- preguntó Ricardo desde atrás.
-       -No es nada,- le contesté- estoy hablando con el hombre aquí presente... Disculpe, ¿Cuál es su nombre?
-       -Tengo muchos nombres, usted póngame el nombre que guste.

Supongo que es deducible cuál fue mi reacción al escuchar esto. Un poco dudoso accedí a jugar su juego:

-       -De acuerdo... ¿Qué le parece Michael?
-       -Suena estúpido. Mejor llámeme El Ingeniero- respondió al instante el individuo, que me irritó un poco al no seguir las reglas de su estúpido jueguito.
-       -De acuerdo, Ingeniero...
-       -Es “El Ingeniero”, por favor.
-      -¡De acuerdo, El Ingeniero!- se me olvidó que hablaba con alguien ajeno a mi realidad, a alguien que probablemente tuviese que ver con las muertes de los niños, pero igual ya no pude contener mi furia que, al principio ardió con fuerza, igual de rápido se apagó y regresó mi calma- Disculpe eso, es que...
-      -No hay tiempo para eso, “Señor X”, el tiempo es vital. El tiempo corre, pero no a mi favor. Debo partir con estos chicos.

De inmediato reaccioné:

-       -¡Espere! Entonces, ¿Es usted quién se los lleva para siempre?
-      -Bueno, mi labor es solo guiarlos, una vez cruzado el Umbral deben seguir hasta hacerse uno con el infinito y regresar materializados en carne distinta pero con misma alma, solo que pulida de sus impurezas pasadas, de esas cosas llamadas “recuerdos”.
-       -¿Ha dicho que ellos cruzan un Umbral?- le pregunté.
-       -Así es.
-       -¿Dónde está ese Umbral?
-       -Es aquí. Este es el Umbral... Este ES Umbral.


domingo, 8 de diciembre de 2013

Umbral

Capítulo ll

No terminaba de entender lo que acababa de escuchar, y por la expresión en el rostro de Ricardo supongo que él tampoco. El silencio se prolongó por al menos dos minutos durante los cuales nuestros anfitriones no dijeron nada, solo sonreían cálidamente. Durante ese ligero y a la vez eterno tiempo lo único que se escuchaba eran las manecillas del reloj que avanzaban para liquidar a la noche y resucitar el día, y el ligero crepitar de la leña en la chimenea.

-       Espere, ¿Eso qué significa exactamente? No termino de entenderlo...- dije después de permanecer meditabundo por un rato- ¿Cómo es posible que ustedes puedan saber eso de parte de sus hijos ANTES de que ellos nazcan?
-       Verá, “Señor X”, aquí en Umbral ocurre un pequeño detalle con los niños.
-       ¿Umbral?- preguntó Ricardo, poniendo la cara que pone alguien al escuchar un nombre que no cuadra o que simplemente es raro oírlo asignado a una localidad.
-       Así es, joven, este lugar en el que nos encontramos es Umbral- dijo Sonia- es un bonito lugar para vivir, pero el clima es muy crudo en invierno.

Sinceramente eso último no lo escuché, estaba muy ocupado pensando en que la señora había remarcado las palabras de su marido en lugar de corregirlo por un pequeño error. Estábamos en Umbral, un misterio menos, pero con el cual surgían muchos más... ¿Dónde se encontraba exactamente?, ¿Y cómo fue que llegamos aquí sin saber siquiera el nombre del lugar?

           
-       La verdad creo que nos gustaría saber un poco más sobre ese asunto, ¿verdad, Mizael?
-       Estoy de acuerdo.
-       Muy bien, déjenme contarles la situación: Aquí en Umbral lo que más abunda son los niños, cada familia tiene comúnmente hasta 7 hijos. La nuestra es de esas pocas excepciones, pues solo tenemos 4. Dos de ellos ya los conocen, Kal-El y Cheshire. Estudiando fuera tenemos a otro hijo, Faulkner.
-       ¿Y quién es el cuarto hijo?, ¿Dónde está?- preguntó Ricardo.
-       Está muerto- respondió tranquilamente Paul- murió hace ya dos años.
-       Y... si ya está muerto, ¿Por qué lo cuenta como presente?- les pregunté yo, un poco impactado por la tranquilidad con la que el hombre nos había dado la baja de su vástago.
-       Porque no pasará mucho antes de que regrese con nosotros- confirmó Sonia de inmediato.

No captaba bien, así que le dije a Ricardo que nos guardáramos toda pregunta y comentario para el final, que contaran lo que debieran contar sin interrupciones, tal vez así la información fuese más fácil de procesar.  

-       De acuerdo, la cosa es así: Pese a que en Umbral la población que conforman los niños es vasta, su calidad de vida deja mucho que desear. Como máximo, los niños de aquí, para ese entonces ya convertidos en adultos jóvenes, solo llegan a la edad de 20 o 25 años. Después de lo cual simplemente mueren. Nunca hemos entendido por qué, pero esto tiene ya muchisímo tiempo, así que para cuando nosotros llegamos a este mundo, esta situación ya era cosa vieja, y la gente se había resignado a ver morir jóvenes a sus hijos sin saber la causa exacta. Dado el poco tiempo que tienen para vivir, les dejamos tener la vida que quieran, y hacer lo que quieran, bajo un margen de respeto a nosotros claro está, y tratamos de nunca enojarnos con ellos. Los niños que deciden estudiar, como nuestro hijo mayor, lo hacen porque eso es lo que quieren, aunque la mayoría prefiere pasar sus pocos años de vida en casa y sin preocuparse por este asunto hasta que les quedan solo dos años de vida...


Cuando hubo terminado el relato de Paul no pude hacer más que pensar que el tipo estaba chalado o simplemente nos estaba tratando de jugar una broma pesada. Una vez que reflexioné sobre el asunto, disparé la primera pregunta:

-       Muy bien, lo que me dicen no tiene mucho sentido por algo, ¿Cómo es posible que ustedes sean adultos aparentemente sanos si la calidad de vida de este lugar es tan mala?, ¿Cómo es que ustedes dos y todos los demás adultos de este lugar han llegado tan lejos siendo que lo más común es que llegado el momento ustedes mueran a los 25 años como máximo?
-       Bueno, eso es debido a que solo unos pocos logramos vivir. Así como nosotros que solo tenemos 4 hijos somos considerados en Umbral una familia escasa, aquellos que logramos sobrevivir más allá de los 30 somos los considerados longevos. De donde ustedes proceden las edades tal vez sean distintas- respondió Sonia.

Tenía sentido. En el mundo hay personas que viven por encima de los 100 años (si más no me equivoco, la persona más longeva del mundo, una mujer de Brasil, tiene casi 115 años). Ahora bien, conforme pasan las generaciones el número de años que viven las generaciones actuales va decreciendo, esto debido a los malos hábitos a los que se somete al cuerpo. Actualmente la calidad de vida ha disminuido a los 70 años. Tal vez aquí en Umbral la calidad de vida haya disminuido tanto que las personas solo viven hasta la corta edad de 25 años. Es algo triste.

Al ver que no respondía de vuelta, Paul dijo:

-       ¿No tienen más preguntas?
-       Sí, yo tengo una- respondió Ricardo- Dijo que su hijo que ya está muerto pronto regresará con ustedes, ¿A qué se refería exactamente?
-       Bueno, es otro detalle más de este lugar: Aquí los lazos de la vida y la muerte son muy ligeros. Conforme pasan los años, los niños suelen volver a la vida, pero al hacerlo parten con otra familia, bajo otra apariencia o incluso del sexo opuesto al que eran antes de morir. Antes de volver, ellos recuerdan todo lo que vivieron con su familia, pero una vez que regresan su memoria se vacía para poder ser llenada con información y recuerdos nuevos. Esto lo sabemos porque en todos estos años ningún niño que haya vuelto ha dado muestras de recordar algo. Otra cosa que pueden hacer es comunicarse con nosotros, de esa forma, nuestros hijos nos pidieron que les pusiéramos los nombres que querían antes de que les borraran la memoria, de esa forma tal vez no recordarían nada, pero al menos llevarían en esa vida algo referente a cosas que les gustaban en su otra vida. A mi hijo le gustaba Superman, no a mí, igual que mi hija adoraba leer Alicia en el País de las Maravillas. Y por lo visto también saben cuál será su nueva familia, porque pueden comunicarse con nosotros de antemano.

-       Bueno, y si su hijo que ya ha muerto regresará pero con otra familia, ¿Por qué aun lo cuentan como suyo?

-       Porque aun es nuestro, aun muertos y después vivos con otras familias, ellos siempre serán nuestros hijos.- nos dijo Sonia- Nosotros somos nuevos en esto, por ende solo tenemos 4 hijos. En cambio hay familias cuyo número de hijos oscila entre los 100 y 150 niños.

Toda esa información tan confusa me hacía dar vuelta la cabeza. La expresión en el rostro de Ricardo me decía que no faltaba mucho para que su cerebro estallara por la cantidad de locuras que estaba procesando para una sola noche. Y mientras nos mirábamos uno al otro, allá afuera en las calles empezó a ocurrir algo. Se escuchaba una marcha de varias personas, pero no sabíamos cuántos eran, así que de inmediato nos levantamos del sofá y fuimos a ver por el gran ventanal, y nos quedamos asombrados ante lo que vimos. Ahí afuera iban marchando una cantidad impresionante de niños, iban en fila india y todos llevaban puesto lo que parecía ser una máscara de calavera. No hablaban entre ellos, y parecían ser guiados por nadie, pues no se veía ninguna figura de autoridad supervisándolos, pero por la forma en que marchaban tan sincrónica casi parecía que estuviesen rodeados de supervisores que esperan que cometieran el más pequeño error para reprenderlos. Estaban rodeados por una densa capa de niebla, casi parecía ser parte de una escenografía de la marcha.

-       ¿Ustedes saben qué pasa ahí afuera?- les pregunté.

-       Ellos ya parten de este mundo. Esos niños van rumbo a su muerte- dijo Paul tras nosotros.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Umbral

Capítulo I

          Y ocurrió de nuevo que me vi llevado por Morfeo al paraje de los sueños, donde las ilusiones son tangibles y el peligro no lo es. Iba acompañado por mi primo y amigo Ricardo, aunque ignoro por qué me había acompañado, quién había propuesto ir a ese lugar, o siquiera en qué lugar estábamos. El lugar parecía un barrio de los suburbios americanos, calles de concreto, césped verde frente a las casas de madera pintadas de blanco y árboles cuya altura era tan incalculable como el largo de la calle en la que estábamos. Era de noche, así que no podíamos ver mucho, ora si por la penumbra ora si por la densa estela de niebla que flotaba a nuestros pies.


          Tocamos la puerta de una casa sin saber que esperar, no sabíamos quien abriría ni de qué humor estaría, pero lo hicimos con la sencillez de alguien que de antemano no solo sabe que está invitado a tocar, sino que incluso lo esperan. Mientras abrían la puerta pude observar un poco mejor los alrededores de la casa: como ya he dicho era blanca, de dos plantas, tenía ventanales muy grandes con cristales tan pulcros que casi parecían ausentes, en parte porque la luz de la luna estaba envuelta por nubes color acero. El césped era de un verde vivo, lo que me hace suponer que era verano, pues no veía ningún botón de rosa a punto de florecer ni tampoco ningún árbol con hojas secas cayendo y danzando a merced de la fresca brisa que se sentía. Esto me hacía preguntarme con más empeño dónde demonios estábamos, pues de donde provenimos ahora mismo es invierno. No había arbustos ni en ese jardín ni en ningún otro, todos los frentes verdes eran de la misma altura y del mismo color. En el aire flotaba también el aroma del césped recién cortado, fue entonces cuando vi a un lado de la casa, oculta entre las sombras, una podadora roja, lustrosa, con las cuchillas aún goteando savia verde, se regía como un Dios de la gasolina esperando a ser venerado por aquellos que esperan la cosecha.



          Finalmente escuchamos pasos acercándose a la puerta, nos paramos adecuadamente mientras oíamos el rechinar del suelo de madera al ceder ante los pasos de nuestro aún incógnito anfitrión. Cuando abrió la puerta de par en par, pudimos ver que era un hombre de mediana edad, de piel clara y pelo castaño, complexión media, vestido con unos pantalones de tela de una tonalidad verde opaco, con un suéter ligero café oscuro con rombos tejidos en blanco y pantuflas negras. Nos recibió con una sonrisa y dijo, dirigiéndose a mí:



          -Oh, “Señor X”, que bueno es tenerlo aquí finalmente. Por favor disculpe la tardanza, estábamos dando los detalles finales para recibirlo. Por favor pase.


          De más está decir que tanta amabilidad me sorprendió tanto a mí como a Ricardo, nos recibieron con la misma enjundia con que recibirían a un pariente lejano. La otra cosa que me tomó por sorpresa fue que se refiriera a mí como “Señor X”, yo solo soy un adulto joven de 20 años, es más, incluso parezco un crío de 14 años. Y mi nombre es Mizael.


Nuestro anfitrión, de quien no conocíamos aún su nombre, nos llevó en presencia del resto de su familia, conformada por su esposa (una bella mujer de cabello suelto y oscuro como el vacío, complexión delgada y vestida con un atuendo semejante al de su esposo que solo desvariaba en cuanto a la combinación de colores, siendo estos un poco más vivos y alegres), sus hijos (un varón, claramente mayor, y una niñita que aparentaba unos cinco años, ambos con cabello del mismo color que el padre y ataviados en pijamas con estampados de dibujos animados), todos muy sonrientes, tanto así que casi se sentía incómodo, tanto así que la línea que separaba esas sonrisas cálidas y sinceras de convertirse en sonrisas glaciales y calculadoras era muy, pero muy delgada. El hombre dijo:



          -Adivinen a quién me encontré en la puerta de entrada... ¡Al “Señor X”!

          -¡Hurra!- gritaron al unísono. Los rostros de los niños se iluminaron como se iluminan al ver a Santa Claus en el centro comercial. Su madre solo sonreía y veía a sus hijos con la satisfacción con que una madre ve a sus hijos emocionados por algo tan común para los adultos y tan mágico para los niños.

Aun no me quedaba en claro nada: por qué entramos a una casa que no conocíamos, por qué habíamos sido recibidos en la susodicha casa como si ya nos estuvieran esperando, por qué los niños y los padres se veían tan ansiosos y felices por recibirnos, y más importante aún, por qué habíamos ido a parar a ese barrio tan tranquilo y a su vez tan inquietante.

          -Paul, por favor, no seas descortés con el acompañante del “Señor X”, ni siquiera has reparado mucho en él- dijo la mujer finalmente-.

          -Oh, es verdad Sonia. Por favor disculpe mis pésimos modales, señor...

          -Ricardo. Puede decirme Rix.


          -Oh, pero que sencillez tan galante tiene su acompañante, “Señor X”- dijo Paul después de lanzar una sincera carcajada de alegría.


          Estaba a punto de decirles que mi nombre real era Mizael, pero lo vi como un caso perdido, como contemplas la situación al discutir con alguien que enardecidamente defiende su punto de vista, aún cuando este ya ha quedado anulado. Simplemente te das cuenta que no tiene caso decir nada.

          -Bueno, creo que es mejor que los niños se vayan a acostar- dijo Sonia- Apenas al oír “...que los niños se vayan a...” estos empezaron a protestar ruidosamente- Niños, ya es muy tarde, recuerden que acordamos que podían esperar la llegada del “Señor X”, pero mañana podrán conversar con él, hoy tenemos que aclarar algunos asuntos con él.

          -Muy bien, Kal- El, Cheshire, vayan a sus cuartos ahora mismo. Más tarde su madre subirá a contarles un cuento- Esto último los hizo cambiar un poco de humor y, tras despedirse de mí y de Ricardo, ambos subieron las escaleras brincando y cantando.

          Podría haberme enfocado en los niños subiendo tan alegremente, o en consultar algún reloj a la vista para saber que tan tarde era. Pero no podía enfocarme en nada después de escuchar los nombres de sus hijos. Uno escucha de casos así en la televisión o incluso en el diario, pero siempre ocurren en lugares lejanos y uno nunca espera que le toque presenciar algo así. Después de que se me pasó la sorpresa, les dije a ambos:

          -Vaya pintorescos nombres que tienen sus hijos. Supongo que usted debe ser gran fanático de Superman- dirigiéndome a Paul- y usted de Lewis Carroll- ahora hacía Sonia.

          -Oh no, yo ni siquiera conocía a Superman hasta que mi hijo me habló de él, y mi esposa nunca había escuchado del Gato de Cheshire hasta que nuestra hijita nos platicó de él y de lo mucho que le gustaba ese personaje.

          -No entiendo, ¿Es que acaso les pusieron esos nombres a sus hijos hasta que empezaron a hablar?- preguntó Ricardo, que hasta entonces se había mantenido a raya de la conversación.

          -No, nada parecido, eso sería descabellado. Ellos nos dijeron que querían llamarse así incluso antes de que nacieran.

          Ambos nos quedamos mudos, y a pesar de lo cálido que era aquella casa, pude sentir como un escalofrío me subía por la espalda.






domingo, 6 de octubre de 2013

El mensajero de la muerte.


Nueva York. Aquella mañana de agosto hacia un clima hermoso: brillaba el sol, y las nubes galopaban sobre el inmenso firmamento azul del cielo. La mañana se regía orgullosa sobre los inmensos rascacielos, a punto de dar paso a una tarde que no podría opacar a la mañana, e igualmente no sería nada despreciable para sentirse.

En Fifth Avenue, una de las zonas turísticas más importantes de la ciudad, se erigía un pequeño edificio de apariencia rustica, que contrastaba magistralmente con los titánicos edificios que lo miraban desde lo alto del cielo. También el contraste destacaba con el hecho de parecer una vieja posada que poco o nada debía hacer ahí; parecía algo más propio de Queens.

En efecto, era una vieja posada, de cinco pisos, en la que solo habitan, contando al casero, once inquilinos. Hace ya mucho que no había nuevos vecinos, y desde hace mas de 2 años que la vieja señora Moore se había mudado con su hija a Kansas. Fue doloroso verla partir, pues les caía bien a todos, y eran como una gran familia. Aquella mañana, fue una gran sorpresa para todos volver a ser doce personas.

El señor Joseph Evans era nuevo en aquella ciudad, no tenía hijos que lo cuidaran, y su única compañía, y que en verdad apreciaba, era la de Luthor, su perro lazarillo de la raza de Cobrador de Labrador, pues el pobre anciano era invidente.

-          -Muy buenos días tenga usted, señor Evans- había dicho Frank Stevenson, el casero de aquella posada- espero su viaje haya sido placentero.
-          -Buen día tenga usted- dijo en tono cansado el anciano-, gracias, si, estuvo muy bien. Mi querido Luthor nunca me ha decepcionado, y nunca me ha expuesto al peligro de los autos ni de los barrios inseguros.
-              -Si no le molesta, usted residirá en el número 27, del segundo piso.
-              -Ninguna molestia, señor Stevenson. Mientras más cerca de la planta baja, mejor.

Dicho esto, esbozo una sonrisa, aun sin esperar una del señor Stevenson. Afortunadamente, aquel hombre era tan agradable como alguna vez lo fue la querida señora Moore. De este modo, correspondiendo a su sonrisa y estrechando sus manos en señal de paz, Frank y el señor Evans sellaron el trato de su estadía.
En el transcurso de la tarde, Frank se encargo de presentar al señor Evans con el resto de los inquilinos. Así que los cito a todos a la sala principal y una vez allí, la mayoría pudo confirmar que aquel hombre, a pesar de no saber cómo eran sus rostros, o saber siquiera si seguían ahí, era sencillo y agradable. No representaba ningún problema que se quedara.

Esa tarde, el señor Evans pudo conocer a la familia Masen, compuesta por Erik, Rose y su hija de nueve años, Serena; a la agradable pareja de ancianos compuesta por Richard y Lois Granger, y a pesar de que Joseph Evans ya tenía sesenta y cuatro años, no eran nada comparado a los setenta y ocho de la pareja; por último, Joseph también fue presentado con Liam Thomas, un hombre corpulento de treinta años, soltero.
Falto por ser presentado a los estudiantes Gordon Sullivan y a su amigo Ethan Crowley. Ambos estudiaban en la Universidad Cornell, y cursaban ya su ultimo año en la misma. Esa tarde estaban ausentes debido a sus deberes escolares. Al igual que a los universitarios, Joseph Evans no pudo conocer a la pareja veinteañera de Adrien Lewis y a su novia Dawn Smith; vivían juntos y ya tenían pensado comprometerse. Probablemente andarían en una cita.

La noche llegó, e inesperadamente un viento frio empezó a soplar desde el sur. Pese a esto, la noche transcurrió con tranquilidad, al menos hasta las tres de la mañana. Inesperadamente, Luthor, el perro del señor Evans empezó a aullar. Pero no era un aullido normal, era un aullido que el animal extendía por alrededor de veinte segundos, fuerte y profundo, capaz de penetrar en el corazón del hombre más valiente, y con extrema facilidad en medio de ese velo de oscuridad, que en gran medida gracias al silencio, resultaba escalofriante.
Fueron tres los aullidos que el perro lanzo, aunque no consecutivamente. Esperaba en intervalos de dos a tres minutos antes de lanzar otro tétrico aullido. De más esta decir que esto molesto a los inquilinos, que furiosos, fueron a reclamar al señor Evans. Antes del segundo aullido, la familia Masen, Adrian y su novia y Liam Thomas estaban en su puerta, tocando para obtener respuesta.

-          -Oiga- había dicho colérico el señor Masen-, será mejor que calle a ese perro. No se usted, pero nosotros tenemos cosas que hacer apenas amanezca.
-          -Erik, creo que deberías ser un poco más amable- le dijo su esposa tocándole el hombro-, solo piensa que él es nuevo en la ciudad, no tiene a nadie más que a su perro, tal vez para el esto sea algo normal.
-           -Su esposa tiene razón- dijo el señor Evans, haciendo que sus vecinos saltaran de la impresión.
-          -¿Usted puede oírnos?- pregunto Thomas.
-      -Claro que puedo, ¿nunca han oído que al perder un sentido una persona, tiende a desarrollar otro en compensación del que perdió?

El señor Evans hablaba como si sus vecinos estuvieran a su lado, aunque su cama estaba a casi cinco metros de donde estaba la puerta que  separaba el oscuro umbral de su habitación del pasillo iluminado en el que se encontraban sus vecinos.
-          -Ténganle paciencia, estoy seguro que se cansara produciendo esos aullidos tan largos.
Mientras decía esto, Luthor estaba ya terminando de aullar por tercera vez. Esperaron otro rato, pero ya no hubo más que silencio.
-          -¿Ya lo ven- dijo el-, no les dije que se cansaría?

Como no queriendo convencerse, los inquilinos se retiraron a sus respectivos aposentos, entre bostezos y musitaciones. Claro que sería una novedad al día siguiente. No todos los días, un lazarillo aullaba tres veces a las tres de la mañana.
Los días siguientes transcurrieron normales, con idas de los inquilinos de aquí a allá que el señor Evans no veía, pero podía sentir en su alrededor. Ese día, al notarlo tan solo, Frank lo invito a jugar algún juego de mesa. Parecía una broma cruel, pero no para este ciego. El señor Evans reconocía con facilidad las piezas del ajedrez, y sabía con exactitud como movía sus piezas, nunca dejando una a mitad de dos cuadros en una jugada. De cinco juegos, el seño Evans venció a Frank en dos.

-          -En verdad que hacía ya un tiempo que no me divertía así- dijo con una sonrisa en su cara- pero, ¿podemos probar con algún otro juego?
-          -Bueno, solo me quedan un juego de parchís, y unos tres o cuatro juegos de rompecabezas- dijo el casero.
-          -El parchís nunca me ha gustado, pero podría tratar con un rompecabezas tal vez.
-       -Oh, bueno señor Evans- dijo Frank- debo admitir que es un excelente jugador de ajedrez, pero este siempre es igual, siempre las mismas piezas y el mismo número de cuadros. No es el caso con un rompecabezas; tardaría días en resolver uno.

Esperando que el  señor Evans le riñera por su crítica y su falta de confianza en las destrezas de otras personas, quedo sorprendido al ver que el hombre frente a él solo se reía. Reía con fuerza.

-        -Bueno- dijo Joseph al fin-, no se tu, pero yo no tengo prisa. Anda, alcánzame uno y ya veremos de que cuero salen más correas.

Ambos rieron, mientras Frank le alcanzaba un rompecabezas al anciano. Afortunadamente, Frank tenía uno que era para niños pequeños, de solo quince piezas. La imagen a formar era el simpático dibujo de un gatito.
Frank vio como su inquilino tocaba con sus dedos los bordes de las piezas, buscan los lados que no tuvieran ninguna pestaña o una marca para ensamblar las piezas. Buscando las piezas con bordes lisos, las dispuso para ver cuáles de ellas eran parte de los lados de la imagen. Y después de una hora de intenso análisis, pudo ensamblar y armar el rompecabezas.

-          -No ha sido difícil, Frank, estoy acostumbrado a reconocer objetos con solo tocarlos.

Y así prosiguió el señor Joseph, resolviendo los demás rompecabezas, mientras los días avanzaban y Agosto daba paso a Septiembre. Su desafío final fue un rompecabezas de 120 piezas, que mostraba la fotografía de un chimpancé bebe, que tenia posada su mano derecha sobre su rostro, dejando el rastro de sus dedos sobre su boca. Aunque empezaron a buen ritmo- porque el mismo Joseph admitió que era un desafío muy grande y solicito la ayuda de Frank- no pudieron completarlo, dejándolo a poco mas de la mitad de terminarlo. Sin embargo, la calma se vio perturbada por un acontecimiento trágico: el día primero de ese mismo mes, Serena Masen, la hija del matrimonio de Erik y Rose, murió de un infarto mientras dibujaba en el piso de su hogar. Sus padres estaban destrozados, y también muy  desconcertados, pues su hija tenía una salud envidiable que superaba con creces a la de sus padres.

La calma empezaba a volver, hasta que súbitamente, tres días después de la muerte de Serena, Richard Granger, esposo de Lois Granger, tuvo una estrepitosa caída por la escalera principal. Al parecer, sus pies tropezaron contra varios de los pliegues de la gruesa alfombra del tercer piso, desplomándose hacia adelante, y tras rodar varia veces, cayó mal apoyado sobre su cabeza, y se rompió el cuello. El crujido rápidamente ahogo sus desesperados gritos de ayuda. Su cuerpo quedo tendido en el piso del salón principal, mientras sus ojos sin vida seguían entornados hacia arriba y un hilillo de sangre empezaba a brotar de su boca. Su esposa, inconsolable, se marcho a vivir con su hijo a la zona de Manhattan. Dos semanas después del accidente, mientras Liam Thomas se encontraba cenando, no mastico bien un pedazo de filete, que se le atasco en la garganta y, necio a ser expulsado, termino con la vida del pobre hombre a causa de asfixia. Cuando encontraron su cuerpo, era claro que desesperadamente trato de salvarse: en la escena estaba un vaso roto que contenía agua y que ahora ya estaba sobre la mesa, empapando el mantel, asimismo la mesa estaba hecha un desastre y Liam se encontraba tirado hacia un lado, con el rostro pálido y lagrimas en sus ojos. También le escurría un poco de saliva por el borde de la boca, que ya empezaba a formar un pequeño charco en el piso.

Las noticias sobre estos accidentes volaron tan rápido que nadie más en un buen tiempo quiso ser inquilino de aquella posada, pues era mucha coincidencia que todo hubiera pasado en el mismo lugar y con poca diferencia de días. Los inquilinos restantes, temían por su vida, pues sentían que “algo” los estaba cazando, “algo” esperaba el momento para destinar sus almas a la perdición, seleccionándolos y matándolos con saña como si fueran ganado, que va a ser servido a los espectros del infierno, y sus entrañas a los buitres.

Afortunadamente, no ocurrió nada, y la tranquilidad se restableció a mediados de Octubre. Pero, como si cruelmente estuviera esperando a que sus víctimas se despreocuparan para iniciar su nueva matanza, el terror volvió a llegar, una fría noche, a la una de la mañana.

El señor Evans se había acostado temprano esa noche, a las ocho para ser exactos, cuando su sueño fue perturbado por su perro. Luthor volvió a las andadas. Empezó a aullar, muy fuerte y estridentemente. Los inquilinos estaban furiosos, pues no estaban pasando una bonita temporada con los sucesos pasados, así que de inmediato Erik Masen salto de su cama para ir a reclamarle al viejo Joseph.  El aullido de Luthor fue largo, de unos 30 segundos, pero al final solo fue un aullido el que lanzo esa noche.
No sabiendo si estaba asustado o nervioso, el señor Masen se volvió a su departamento, primero apretando el paso y después casi corriendo, sintiendo como se le erizaba la piel de la espalda y con esa sensación de que alguien, entre las sombras, te sigue.

Después de aquel aullido, pasaron dos semanas antes de que el terror se manifestara de nuevo. Esta vez, la víctima fue Dawn Smith, la novia de Adrien Lewis. Mientras este último se encontraba viendo la televisión, Dawn estaba en el baño terminando de ducharse. Antes de salir, después de cepillarse los dientes, la chica resbalo a causa del resbaladizo piso de linóleo, y se asesto un buen golpe en la cabeza con el lavabo, sangrando profusamente y sufriendo por unos cuantos instantes, hasta que la muerte finalmente se apiado de su dolor y vino por ella. Adrien fue quien descubrió el cuerpo de su novia, y, sin poder articular palabra, empezó a gritar tan fuerte, que el primer grito lo escucharon en todo el edificio. Permaneció casi tres días sin hablar y dormir, pues el impacto fue demasiado. Ninguno de los dos había tenido antes pareja, y cuando se conocieron al fin, casi de inmediato acordaron que querían casarse. Lloraba de impotencia al ver sus sueños truncados por su repentina partida de este mundo.

Un día, los inquilinos restantes se citaron en una junta de emergencia, a la que Joseph no fue rectificado de asistir. El motivo era simple: creían que el perro algo tenía que ver.
-          -Disculpen, comprendo su dolor, pero esto me parece absolutamente ridículo- fueron las palabras de Frank, quien no daba crédito a las teorías de sus inquilinos.
-     -¡Por Dios, Frank, abre los ojos!- dijo el señor Masen- ¿No te das cuenta de que cada vez que aúlla ese perro alguien en este edificio muere?

-        -Es verdad, señor Stevenson- dijo el joven Gordon Sullivan- solo piénselo; la primera noche, aulló tres veces, a las tres de la mañana. Y curiosamente el perro ya no aulló mas, hasta después de que tres habitantes fallecieron. Y hace poco, solo aulló una vez, a la una de la mañana, y falleció la señorita Smith. Cualquiera pensaría que es la mayor coincidencia de la historia que jamás ha pasado, pero los que aquí vivimos no lo creemos así.

-         -Además, Frank, debe usted saber que desde hace mucho, el aullido de los perros ha sido asociado a los espectros, pues dicen que tienen un sexto sentido, y también a su aullido se le asocia a la muerte.- dijo sombríamente la esposa de Erik Masen.

-         -Escuchen, creo que hablo por todos cuando digo que no queremos causarle daño a ese hombre ni a su perro, solo queremos que se marche- fueron las fuertes palabras de Adrien Lewis, quien aún sentía dolor en su corazón- ¿O es que acaso esperan a que ese perro aúlle otras siete veces y nos mate a todos, incluido su dueño? 

Tras un buen tiempo de meditación, Frank decidió que seria mejor hacerle caso a sus inquilinos, e informarle al buen Joseph Evans que debía retirarse del edificio. Cuando subió al cuarto del anciano, se sorprendió al verlo hacer su maleta.
-          -Pero, Joseph, ¿Qué esta haciendo?- pregunto sorprendido ante su invidente inquilino.
-     -He podido escuchar su conversación, allá abajo. No los culpo por tener sus conjeturas sobre mi buen Luthor, a mí también me pareció mas que una coincidencia que sus aullidos estuvieran relacionados con las trágicas muertes de mis vecinos. Así que, creo que lo mejor será que nos vayamos. Ya pensare después donde podre quedarme.

Frank se sentía muy triste, pues nadie antes le había resultado tan buena persona, ni se habría molestado en usar su tiempo con el, divirtiéndose como si se conocieran desde siempre. Al mismo tiempo, sentía una grata sensación de alivio, pues no tuvo que ser el mismo quien despachara al buen hombre, y también porque por fin esta pesadilla llegaría a su fin. Aquella charla paso tranquila, convirtiendo la mañana en la tarde, al dar la una en punto. Justo cuando Joseph no podía sentirse mejor, Luthor lanzó un aullido que más que perforar en su corazón, sintió que le debilitaba todo su cuerpo. Ese último aullido lo puso nervioso, pero si todo seguía un patrón de conducta, por ser la una de la tarde, solo un aullido seria lanzado. Aun aquella noche, mientras dormía, de su mente no podía salir aquel sombrío pensamiento: “Me mató, oh Dios, me ha matado”.

A la mañana siguiente, todos se preguntaban si Frank había cumplido con su deber. Fue tranquilizante ver salir al señor Evans junto con su perro, hacia la calle a eso de las doce y cuarto del día. Antes de partir, Frank nunca podría olvidar las palabras que dijo el anciano:

-          -Ese rompecabezas, Frank, no lo desarmes. Al contrario de los demás, no fue concluido. Así que guárdalo, y algún día volveré, y podremos terminarlo juntos, porque así fue como lo iniciamos. Juntos.

Dicho esto, enfiló su camino hacia la atestada calle, y entre la multitud se perdió, para no ser visto de nuevo.
Al día siguiente, Frank Stevenson recibió una visita inesperada. Era un oficial de policía, que venia a reportarle una notica que le rompió el corazón: exactamente a la una de la tarde, quince minutos después de salir de la posada, Joseph Evans, guiado por Luthor, cruzo la calle, sin poder presentir que su perro ignoro el paso de los autos y sin poder sentir la cercanía de un autobús de pasajeros, que a pesar de intentar frenar, nada pudo hacer para detener su marcha, y arrollo al señor Evans y a su perro. Ambos murieron.
Para Frank Stevenson fue muy claro lo que el aullido que Luthor lanzó el día anterior quiso decir: era un aullido final.





domingo, 22 de septiembre de 2013

Legado familiar.

Hace ya un buen que no actualizo esta chucha. Así que he vuelto para seguir aterrorizando sus corazones, cautivar sus mentes y fascinar sus almas... Si pendejo, como no... Cambiando un poco la mecánica de mis entradas, esta vez hablaré de un legado que está en la familia Fierro desde hace un buen de años, y aun cuando es mucha gente la que lo conoce, son pocos (por no decir ninguno) los que nos han preguntado como fue que surgió el susodicho legado:

Aquí en Pánuco la familia de mi papá (QEPD), la familia Fierro Sanchez, es conocida por muchas cosas: son muy trabajadores, muy risueños, los hombres muy fuertes y formidables en las peleas, y muy buenos cocineros. Sin embargo otro motivo por el cual son muy conocidos, y esto más que nada lo hicieron posible mi papá, mi abuelo y mi abuela, es por ser masajistas eficientes. El canal por el cual esta habilidad familiar se dio a conocer fue por el fútbol: Mi papá siempre era solicitado por los equipos de fútbol de cualquier liga y edad, a veces hasta cinco equipos a la vez querían sus servicios, pero el solo podía trabajar con uno a la vez por liga (solo imagínense lo agotador que debe ser atender a todos los jugadores de equipo, jugadores de la banca incluidos, e ir a auxiliarlos si alguno se lastima en medio del partido), así que él solo elegía al mejor equipo y al que de antemano era más que obvio llegaría hasta las finales o incluso se coronaría como campeón. Así fue por más de 10 años, así que no se necesita ser muy avispado para darse cuenta que fueron tantos los equipos, tantos los jugadores, directores técnicos, asociados, incluso tantos miles y miles de asistentes a los juegos en esos 10 años, que la habilidad de mi papá ganó bastante renombre. Sin embargo no fue mi papá quien aprendió a dar masajes y después se los enseñó a mis abuelos, sino que fue al revés. A continuación, un fragmento de una conversación con mi papá sobre el origen del legado, parafraseado por mí:

          "Tu abuelo fue quien inició todo esto de la "sobada", hace mucho cuando era joven. Ya te he dicho lo testarudo que era a veces y cómo cuando se le metía algo en la cabeza estaba cabrón hacerlo cambiar de parecer. Pues resulta que de allá donde era (en realidad no recuerdo dónde me dijo que vivía en ese entonces) vio fuera de un gimnasio un cartel que decía que daban clases de boxeo, lucha libre y otros pinches estilos más. Él se sintió atraído por la lucha libre, quería ser luchador, nomás que ya sabía que tu bisabuelo Bartolo no se la iba a dejar fácil, y que no lo dejaría entrenar en nada. Igual se metió en ese rollo y después de unas lecciones le fue agarrando la maña a luchar. Y resulta que en ese gimnasio se solían dar luchas de exhibición, así que cuando tu abuelo estuvo listo hizo su debut haciéndose llamar Furia Roja. Pero esa misma función de debut fue la de despedida, porque lo madrearon bien y bonito, además que con una llave de lucha le lastimaron la espalda. Y no se retiró porque se rindiera, sino porque tuvo la suerte de que a esa lucha de exhibición de pura chingadera fuera tu bisabuelo, así que lo vio en el ring, vio como lo madrearon y terminando la función fue a vestidores y se armó grande el pedo. Muy enojado le dijo a su entrenador que ya no iba a seguir entrenando, pero el entrenador para no salir perdiendo le dijo que también podía entrenarlo en otra cosa como el boxeo, donde no había lucha de exhibición y lo aprendido les serviría para armarla en los chingazos. Al final dijo que también podía enseñarle a dar masaje. Tu bisabuelo prefirió que aprendiera algo para curar a la gente y no para lastimarla. Así que a partir de ahí tu abuelo Reyes aprendió a "sobar" y de ahí nos pasó lo aprendido a nosotros."

El masaje que aprendió mi abuelo tenía fines meramente terapéuticos, no consistía en relajamiento. Pero con el tiempo el fue afinando su estilo personal, agregando presión aquí y deslices allá, logró volverlo un masaje de relajación que además te ayudaba a suprimir el dolor muscular que trajeras en rastra. Se volvió tan bueno en ello que logró curar a personas de problemas de la columna y que, según los médicos, estaban confinados ya a la silla de ruedas. Logró hacerlos caminar, e incluso me ayudó a mi: desde que nací traía un problema en mi columna que no me permitía ni gatear, yo me "arrastraba" por el piso, hasta que mi abuelo me dio una afinada en la zona del problema. Después de eso nunca tuve la necesidad de gatear, sino que simplemente me paré y caminé muy bien, todo esto poco antes de cumplir un año de edad.

Y llegó un tiempo en que mi abuelo Reyes le dijo a mi papá que debía aprender lo que el sabía, porque esto le permitiría darnos un sustento sólido en el futuro. De mala gana (porque mi papá también era muy testarudo) fue aprendiendo todo lo que mi abuelo le enseñaba. Después de un tiempo se encaminó de manera eficiente en el oficio. Lo único que no lo volvía un masajista profesional era el título que nunca se ganó y del cual no prescindía para darse a conocer en Pánuco, pues incluso iba más gente a verlos a ellos que a los quiroprácticos profesionales. La siguiente en aprender fue mi abuela Juana, también de parte mi abuelo. Pero la técnica que usaba mi abuela era mucho más lenta y suave que la de mi abuelo y mi papá (algo que resultaba perfecto para aquellos que tenían alguna dolencia pero no iban con ellos porque temían que les doliera mucho), además que mientras que ellos daban un masaje íntegro en todo el cuerpo, mi abuela solo se enfocaba en la parte afectada y que el paciente le indicaba. Y cuando mi abuelo Reyes falleció ya solo quedaban dos que podían ejercer el oficio, pero de poco a poco mis tíos se fueron interesando muy poco o medianamente en aprender a masajear, así que viendo y prestando atención cada uno de ellos aprendió lo básico de la técnica y de ahí la aplicaron para usarla con su familia o amigos que trajeran alguna molestia muscular.

Mi papá empezó a expandir sus fronteras yendo a partidos de fútbol para promocionar sus servicios, y fue entonces cuando los equipos de fútbol lo empezaron a solicitar, esto le permitió establecerse en un negocio completamente seguro, con buen sueldo, le permitió conocer a muchas personas (algunas de puestos muy importantes)  y como un extra le permitió ir en viajes con los equipos a muchos lugares de la republica, como Sonora, Yucatan, Durango, Monterrey, la parte sur de Veracruz, Morelos, etc. Con el tiempo, y como todo buen padre que espera que sus hijos adopten gustos por el deporte, empezó a llevarme a los partidos, ora que a ver como trabajaba ora que a ver como se disputaba el partido. Y pasaron muchos años para que a mí, más que interesarme el fútbol, me interesara su trabajo. Poco a poco y con su completa supervisión fui yendo a los partidos con el mero fin de aprender a dar masaje. Y desde hace al menos 4 años, contando este como el quinto, había estado yendo con él como su ayudante, hasta el año pasado que el falleció, que fue cuando entré como su sustituto directo.

Lo único malo es que la gente piensa que este legado ha muerto junto con él, los equipos siguen pidiendo que los apoyemos en las temporadas de la liga, pero ya nadie va a la casa para que les quitemos las dolencias (bueno, si van, pero para que mi abuela los atienda, es como si creyeran que yo no puedo hacerlo), y temo que este legado muera conmigo, pues no tengo la experiencia suficiente como para poder instruir a alguien más en esto. Y aun si así fuese, no importa, pues este simple y a la vez complicadísimo oficio le ha dado mucho renombre a mi familia, así que aun si no logro marcar una diferencia, puedo irme sabiendo que mi papá y mi abuelo si lo hicieron.

domingo, 14 de julio de 2013

Los niños del bosque.

Audrey Hoffman era una afamada escritora. Desde que era pequeña se dio cuenta de que tenía una imaginación que con facilidad despegaba, y con el tiempo y la ayuda de sus padres, se volvió una asidua lectora de historias fantásticas. Aunque no concordaba con autores serios y pesimistas, de esos que hacen libros para hablar de la vida, la muerte o el amor para llenarlos solo con su deprimente pesimismo.

Era por eso mismo que a Audrey solo le gustaban leer cuentos sobre hadas, caballeros, y también de cosas mas “recientes”. Al llegar a la preparatoria la mayor parte de su tiempo la pasaba leyendo y cuando a veces los maestros no llegaban a presentar su clase, Audrey se ponía a leer un buen libro en lugar de parlotear como el resto de sus amigos. Mas que odiar esto de parte de sus compañeros, Audrey por siempre les agradecería el hecho de que no se callaran, pues esto mismo la impulsó a seguir leyendo aunque no fuese a veces posible por el ruido, aprendiendo de esta manera a leer aun cuando se esta en medio de una fiesta de graduación en plena pista de baile.

Ya convertida en una universitaria se animó a escribir sus propias historias, que ella aseguraba tal vez no tendrían un éxito mayor que el de ser admiradas por las pocas amigas que tenia. Pero es de sabios equivocarse y para Audrey una equivocación nunca seria tan dulce como aquella que ocurrió en el mes de octubre. Era de noche y afuera caía una leve llovizna, y por raro que pareciera, esto animó a Audrey a ponerse a escribir. La atmosfera que había esa noche la animó a escribir su primera historia de suspenso a la que llamo “La lluvia de sangre”, una historia en la que en una parte de Londres, conocido por ser una zona más que lluviosa, un asesino salía a las calles en la oscuridad de la noche buscando a sus familiares, porque de pequeño se extravió. Pero no los buscaba para abrazarlos, sino para matarlos, porque nunca hicieron ningún intento para encontrar a su hijo, simplemente lo dejaron a merced de la ciudad en una tarde lluviosa de hace 15 años.

Aquel fue su primer gran paso hacia lo que seria su vocación mas grande para con la sociedad. Actualmente, Audrey Hoffman era una de las escritoras mas famosas de todos los tiempos, con mas de 43 libros en su haber entre los que destacaban “La tumba de la luna”, “La llamada de las sombras”, “Un lugar llamado Skowhegan”, y por supuesto, su opera prima “La lluvia de sangre”. Cabe también mencionar que todas sus historias, contando también las que escribió cuando solo era una chica de universidad, fueron rotundos éxitos que figuraban en las listas de los más vendidos.

Aunque Audrey era capaz de escribir, escuchar música y platicar con sus amigos al mismo tiempo- fueron los frutos de aprender a leer aun con ruido- , a ella le gustaba mas la idea de empezar a escribir su nuevo libro en un recinto envuelto en la soledad y el silencio.

Desde que estaba pensando escribir una nueva obra hace ya cuatro meses, Audrey pensó en ir a una zona de camping en Utah a iluminarse e inspirarse en la tranquilidad que evocan los lugares como aquel.

Así que partió una noche tranquila de Arizona en su auto, directo a Utah. Utah es conocida por ser una zona montañosa, y algunas de sus carreteras se desarrollan por entre las montañas. Salió de tarde, y para la noche aun seguía encaminada, iba con la mirada fija en la carretera. Miro a un lado donde una gruesa pared de roca se regía a un lado de la carretera, miro al otro lado y solo una pequeña barda de seguridad la separaba a ella y a su auto de una caída de más de 200 metros y de una muerte segura. Solo usó una pequeña fracción de tiempo para observar esto, y siguió mirando hacia enfrente, después hacia el cielo. Sabia que no podría causarle ningún problema esta acción pues la carretera desde hacía ya más de una hora estaba totalmente desierta. Así que siguió admirando el cielo oscurecido a causa de que el sol de aquel día había ido a morir hacia el horizonte, donde las aves se pierden mientras vuelan desplegando bella y elegantemente sus alas mientras son la envidia de aquellos soñadores que alguna vez han deseado surcar los aires como ellas.

Estaba tan despreocupada mirando el cielo estrellado que no se dio cuenta de que la carretera había tomado el camino hacia una pendiente. Ahora Audrey estaba subiendo por la ligera inclinación de la carretera. Pronto se dio cuenta de que la carretera seguía esta trayectoria tan común en las montañas porque precisamente la habían construido tomando como punto de soporte una montaña pequeña, que ahora obstruía su lado derecho para ver a los demás autos, que hasta ahora, estaban ausentes.

De todo esto Audrey ni se fijó, pues seguía observando el cielo índigo, preguntándose a sí misma que estaría haciendo su madre en Wyoming, si su hermana estaba bien, y si su querido Owen estaba aún viviendo en la misma ciudad en la que crecieron juntos, si aún la recordaba, si alguna vez supo que lo amaba locamente. Empezó a sonreír. Pero justo en el momento en que bajó la vista hacia el camino, su sonrisa se transformó en una mueca que combinaba el terror y la sorpresa. Un inmenso camión de carga venia justo a ella con sus cegadoras luces que evitaban que Audrey supiera que hacer. Era tanta la luz que no sabía si ella se había cruzado en su carril o si era culpa del camionero, por ende, no sabía si virar hacia la izquierda o la derecha. En ambos casos, era seguro que moriría, pues podía caer por el borde del risco o podía chocar contra la pared rocosa de la montaña para después ser embestida por el camión, que ya estaba disparando el poderoso rugido de sus bocinas. El sonido era ensordecedor y para Audrey solo era una presión de acuerdo a lo que debía hacer, era como si le dijera: “tic- tac, Audrey, el tiempo corre, ¿Qué harás ahora?”, pero en el fondo de su corazón, donde nace el terror puro, aquel que chilla, gime y te hiela el alma, el sonido de aquel claxon era como una macabra voz que le decía: “Es inevitable, te vas a morir”.

Inesperadamente, cuando al camión solo le faltaban unos siete metros para el inevitable impacto, Audrey reaccionó y arriesgándose la vida, giro hacia la derecha, donde era seguro que la muralla montañosa la estaba esperando. Cuán grande fue su sorpresa y su alivio al ver que fue ella quien se había cruzado hacia el otro carril dejándole espacio libre para salvar su vida. Aunque fue culpa de ella, el camión no ganó este round.

Mientras se alejaba del lugar y empezaba a bajar por la montaña, Audrey se puso a reflexionar- esta vez con los ojos fijos en el camino- que su hazaña, más que sorprendente era imposible, pues aunque su auto era pequeño, no había ninguna oportunidad de librarse de la muerte. Tal vez todo era una alucinación, tal vez ahora mismo estaba dentro de su auto todo destrozado, agonizando, sangrando, imaginando que fue ella quien venció al destino y no al revés, mientras se encontraba a punto de desplomarse en el abismo. O incluso todo iba más atrás, tal vez solo estaba teniendo una pesadilla la noche antes de salir rumbo a Utah. Tan increíble le pareció estar viva que hasta llegó a pensar que nada de eso aun llegaba a ocurrir. Pensó que tal vez aún estaba soñando, a los diez años, sólo que este no era un sueño como los que solía tener, en los que era una astronauta que se desplazaba por el espacio en un cohete color de rosa y floreado; o en los que era una audaz pirata que surcaba los mares peleando, maldiciendo y degollando a sus enemigos con saña y locura infinita. No, este era un sueño de su futuro, cuando finalmente había llegado a la madurez, cuando podía conducir como su padre y cocinar como su madre. Pero lejos de ser algo por lo que estaba ansiosa que llegara, esperaba que nunca ocurriese, pues en su sueño ella estaba muriendo y al mismo tiempo vencía a la muerte. Eran las consecuencias de ser Audrey Hoffman, tener una imaginación que podía hacerte pensar en las hipótesis más lógicas y en segundos desarrollar las teorías más ridículas y que rayaban en lo imposible.

Pero a fin de cuentas sabía bien que todo había sido real, que milagrosamente estaba viva, que debía seguir su camino. Finalmente y casi al amanecer, Audrey llegó a la zona de camping, se estableció, y tomó la cabaña que había rentado para su estadía. Para cuando hubo terminado de instalarse eran ya las 7: 34 de la mañana, pero no había nadie despierto aún. Pensó que seguramente no había despertado nadie porque tal vez empezarían sus actividades más tarde, después de todo, no habían planeado ir a una zona de recreación para levantarse a las cinco de la mañana para ir al trabajo. Como estaba cansada, Audrey se acostó un rato. Apenas empezaba a dormirse cuando escuchó unas agudas risas. De inmediato se levantó sobresaltada, pero al poco rato recordó que en ese lugar no estaba rodeada solo de adultos perezosos sino también de niños ansiosos por jugar y por levantarse lo más temprano posible para aprovechar bien su estadía. No pasó mucho antes de que Audrey los ignorara y volviera a recostarse, pero pasó mucho menos tiempo para que las risas volvieran a oírse, esta vez más fuerte que antes, como si solo se estuvieran esmerando en no dejarla descansar. De inmediato se levantó de la cama y muy molesta se dirigió a la entrada para gritarles que no hicieran tanto ruido. A pesar de que las risas se oían como si estuvieran a solo dos metros de su cabaña, al salir, Audrey se encontró completamente sola, no había nadie afuera. Esto la inquieto un poco pero se olvidó de ello al instante y regresó a la cama.

Después de descansar alrededor de cinco horas, Audrey estaba más que lista para empezar a trabajar. Así que apenas comió algo, salió a tomar un poco de aire puro.

-          Que extraño- dijo para sí misma- todo está tan… callado.

Era bueno no escuchar las risas ni los jugueteos de los niños, pero ese silencio que ahora estaba reinando era por demás incómodo. No se escuchaba ni siquiera el trinar de los pájaros, ni el sonido de las ramas de los árboles movidas por el viento. Era un silencio macabro, como si solo se hubiera extinto el sonido cuando llega un ser pensante y lo esperan en las sombras listos para atacarlo.

Lentamente, Audrey entró en la cabaña. Pensó que tal vez las demás familias se habían ido a acampar en lo profundo del bosque o a nadar al lago. Eso la tranquilizó un poco, pero no lo suficiente.    

Entonces, se dispuso a pasar el resto de la tarde trabajando una vez se tranquilizó, y salió al aire libre hacia la mesa de madera de camping que son muy usuales para comer el almuerzo en estos lugares. Había planeado hacer una historia un poco más tranquila, suave, recordando su pasado en su ciudad natal, contando la historia de una joven que es víctima del cruel destino y es separada de su amor, hasta ese entonces platónico.

Estaba tan concentrada en su trabajo que ni siquiera se dio cuenta que desde hace un rato una pequeña niña, de unos seis años, la miraba fijamente con sus enormes ojos color miel. Audrey pensó que era muy hermosa, y dulcemente le pregunto:

-          Hola linda, ¿buscas a tus papás?

No hubo respuesta, ni siquiera cambió la expresión de su pequeño rostro de ángel. Seguía mirando a Audrey fijamente, con una sonrisa de falsa tranquilidad, casi ni parecía viva, pues Audrey no pudo percibir el movimiento de nuestro pecho cuando respiramos. Un poco nerviosa, Audrey repitió la pregunta, de nuevo sin respuesta. Empezó a sentir miedo, pues ese incomodo silencio estaba regresando. Temía que de pronto en medio de ese suspenso, la niña finalmente hablara, no importaba que fuera, igual le daría un ataque cardiaco a la aterrorizada escritora.

De pronto Audrey sintió que algo rozaba su pierna derecha, como una hoja de papel, al inicio le bastó para gritar y romper ese molesto silencio, pero una vez vio lo que era, de alguna forma se sintió aliviada. Era un pedazo de periódico ya muy arrugado y empezando a ponerse amarillo. Audrey no pudo contener sus ímpetus de lectora y comenzó a leer para sí misma:

“AUTOBÚS ESCOLAR DE ESCUELA PRIMARIA LOCAL SE ESTRELLA CONTRA UN CAMIÓN DE CARGA. DIEZ NIÑOS A BORDO MUEREN”.

La noticia le pareció por mucho muy triste y terrible, pero entonces vio un anuncio clasificado pequeño, el cual, al final del mismo, decía: “… interesados presentarse antes del 22 de abril.”; cosa extraña porque estaban en septiembre desde hace trece días, no se explicaba el porqué de un anuncio tan pasado aún figuraba en el periódico, más aún porque no es gratis publicar un anuncio.

Entonces, considerándolo menos importante al inicio, Audrey finalmente revisó la fecha del periódico: 7 de abril de 1985.

¡Era un periódico de hace 26 años! Aun cuando estaba arrugado y decolorado, era impresionante que aun estuviera íntegro. Una vez que terminó de observar el periódico, volvió su vista hacia la pequeña. Cuán grande no sería su sorpresa y su terror también, cuando no encontró ni rastro de la misma, se había esfumado sin emitir ni un ruido, al igual que los inmensos sauces que no batían sus hojas con el ulular del viento.

De un salto se levantó de la banca de madera de la mesita de camping y empezó a mirar a su alrededor, queriendo encontrar a alguien y al mismo tiempo siendo lo último en el mundo que quería. El miedo se empezó a apoderar de ella cuando volvió a escuchar esas risitas agudas de niños que, más que humanas, parecían sobrenaturales. Llena de pánico, entro corriendo a la cabaña y no se atrevió a asomar la cabeza por la ventana hasta el anochecer, el terrible y lúgubre anochecer silencioso.

Sin duda el peor momento que Audrey pudo escoger para mirar por la ventana fue al caer la noche, cuando los árboles son como gigantescos trolls de piel oscura, con sus cabelleras mugrientas que ondean al viento, su piel rugosa llena de marcas de navajas de muchachos desconsiderados, y sus bocas apenas visibles llenas de dientes creados por las sombras nocturnas y por la torcida imaginación de las personas. Cuando el viento sopla fuerte como un aullido de banshee, que petrifica la esencia de la vida, y solo oírlo dan escalofríos y ganas de cubrirse el cuerpo con una manta. Y claro, cuando una imagen brillante, que no encaja con el lúgubre escenario, de la nada emerge. Fue lo que pasó precisamente: la niñita que Audrey vio esa mañana ahora mismo estaba fuera de la cabaña mirando fijamente la puerta principal con esa misma sonrisa falsa y espeluznante de antes. Llena de terror, Audrey de alguna forma logró transformarlo en valentía furiosa y salió de la cabaña decidida a gritarle a “esa cosa” que la dejara escribir lo que sería su próximo Bestseller.

-          ¡Maldita sea!- le grito eufórica- ¿Qué rayos quieres de mí?

La furia desmesurada de Audrey no pareció inquietarle ni por un segundo a esa chiquilla, quien seguía mirando fijamente a la puerta. En un movimiento involuntario, tentada por la curiosidad, Audrey giro la vista hacia la puerta principal que estaba tras suyo. Obviamente no vio nada, era la puerta abierta que, con su cálida luz, cortaba la espectral penumbra de la noche e invitaba a pasar al incauto asustadizo.

En menos de dos segundos realizo la operación y volvió la vista hacia la chiquilla. Pero nuevamente no la encontró, había desaparecido. Aterrada, Audrey no pudo emitir ningún sonido, estaba paralizada de terror y de pronto, sintió un escalofrío que le subía por la espalda. Al darse vuelta por completo pudo ver a la niña, que estaba en la puerta principal, sonriendo, con su horrible sombra extendida por efecto de la luz de la cabaña. Audrey se sintió atrapada, no sabía hacia donde correr, si entraba a su cabaña tal vez jamás volvería a salir, y si enfilaba hacia el bosque podría toparse con ella de nuevo y el efecto la podría matar del susto. Sintió que estaba embargada en una horripilante pesadilla, donde nada era factible para ella y donde los niños eran horribles monstruos con máscaras sonrientes, con sonrisas de cartón.

Mientras miraba hacia todos lados, Audrey vio que la niña había desaparecido de nuevo y, sin nada más que perder, volvió a entrar en la cabaña, bañada en sudor, lágrimas y terror puro. No pudo conciliar el sueño en toda la noche. Al día siguiente, su cara parecía demacrada y sus parpados pesaban, pero se negaba a cerrarlos, temía que esa niña estuviera frente a ella con esa sonrisa glacial.

La tranquilidad abrumadora se había ido, la mañana estaba preciosa, con cielo despejado y se oía el trinar de las aves. Audrey se sintió tan feliz, tan libre, tan tranquila que se sentó en la banca de camping para trabajar. Sin embargo, a lo lejos volvió a oír las risas de los niños, pero cada vez se hacían más fuertes, más cercanas. Fue entonces cuando vio salir detrás de unos arbustos a un montón de niños, diez en total, quienes reían y cantaban alegremente tomados de la mano y avanzaban hacia Audrey, quien no se inmuto en lo absoluto sino que les devolvió la sonrisa a todos ellos. No tardó mucho para que Audrey viera que entre esos niños estaba esa niña que le había hecho perder casi toda su cordura la noche anterior, mostrando una sonrisa más humana, y fue la primera vez que Audrey no sintió miedo, sino plenitud.

Finalmente la niña avanzo hacia Audrey y, extendiendo su manita, le dio algo inesperado: una página de periódico. Ésta era distinta a la que había visto antes, estaba más pulcra y apenas maltratada. Audrey la tomó y empezó a leer la página principal. Una vez que terminó de leer, le dedicó una última sonrisa a los niños, para después levantarse de la banca y, junto a ellos, irse brincando, riendo, y tomados de la mano hasta perderse en el bosque para siempre. La página del periódico que Audrey leyó entonces sucumbió ante la brisa del viento y rodando por el césped, mostró lo que Audrey había leído:

“AFAMADA ESCRITORA DE ARIZONA MUERE EN UN ACCIDENTE AUTOMOVILÍSTICO EN LAS MONTAÑAS DE UTAH AL ESTRELLARSE CON UN CAMIÓN DE CARGA.”