domingo, 14 de julio de 2013

Los niños del bosque.

Audrey Hoffman era una afamada escritora. Desde que era pequeña se dio cuenta de que tenía una imaginación que con facilidad despegaba, y con el tiempo y la ayuda de sus padres, se volvió una asidua lectora de historias fantásticas. Aunque no concordaba con autores serios y pesimistas, de esos que hacen libros para hablar de la vida, la muerte o el amor para llenarlos solo con su deprimente pesimismo.

Era por eso mismo que a Audrey solo le gustaban leer cuentos sobre hadas, caballeros, y también de cosas mas “recientes”. Al llegar a la preparatoria la mayor parte de su tiempo la pasaba leyendo y cuando a veces los maestros no llegaban a presentar su clase, Audrey se ponía a leer un buen libro en lugar de parlotear como el resto de sus amigos. Mas que odiar esto de parte de sus compañeros, Audrey por siempre les agradecería el hecho de que no se callaran, pues esto mismo la impulsó a seguir leyendo aunque no fuese a veces posible por el ruido, aprendiendo de esta manera a leer aun cuando se esta en medio de una fiesta de graduación en plena pista de baile.

Ya convertida en una universitaria se animó a escribir sus propias historias, que ella aseguraba tal vez no tendrían un éxito mayor que el de ser admiradas por las pocas amigas que tenia. Pero es de sabios equivocarse y para Audrey una equivocación nunca seria tan dulce como aquella que ocurrió en el mes de octubre. Era de noche y afuera caía una leve llovizna, y por raro que pareciera, esto animó a Audrey a ponerse a escribir. La atmosfera que había esa noche la animó a escribir su primera historia de suspenso a la que llamo “La lluvia de sangre”, una historia en la que en una parte de Londres, conocido por ser una zona más que lluviosa, un asesino salía a las calles en la oscuridad de la noche buscando a sus familiares, porque de pequeño se extravió. Pero no los buscaba para abrazarlos, sino para matarlos, porque nunca hicieron ningún intento para encontrar a su hijo, simplemente lo dejaron a merced de la ciudad en una tarde lluviosa de hace 15 años.

Aquel fue su primer gran paso hacia lo que seria su vocación mas grande para con la sociedad. Actualmente, Audrey Hoffman era una de las escritoras mas famosas de todos los tiempos, con mas de 43 libros en su haber entre los que destacaban “La tumba de la luna”, “La llamada de las sombras”, “Un lugar llamado Skowhegan”, y por supuesto, su opera prima “La lluvia de sangre”. Cabe también mencionar que todas sus historias, contando también las que escribió cuando solo era una chica de universidad, fueron rotundos éxitos que figuraban en las listas de los más vendidos.

Aunque Audrey era capaz de escribir, escuchar música y platicar con sus amigos al mismo tiempo- fueron los frutos de aprender a leer aun con ruido- , a ella le gustaba mas la idea de empezar a escribir su nuevo libro en un recinto envuelto en la soledad y el silencio.

Desde que estaba pensando escribir una nueva obra hace ya cuatro meses, Audrey pensó en ir a una zona de camping en Utah a iluminarse e inspirarse en la tranquilidad que evocan los lugares como aquel.

Así que partió una noche tranquila de Arizona en su auto, directo a Utah. Utah es conocida por ser una zona montañosa, y algunas de sus carreteras se desarrollan por entre las montañas. Salió de tarde, y para la noche aun seguía encaminada, iba con la mirada fija en la carretera. Miro a un lado donde una gruesa pared de roca se regía a un lado de la carretera, miro al otro lado y solo una pequeña barda de seguridad la separaba a ella y a su auto de una caída de más de 200 metros y de una muerte segura. Solo usó una pequeña fracción de tiempo para observar esto, y siguió mirando hacia enfrente, después hacia el cielo. Sabia que no podría causarle ningún problema esta acción pues la carretera desde hacía ya más de una hora estaba totalmente desierta. Así que siguió admirando el cielo oscurecido a causa de que el sol de aquel día había ido a morir hacia el horizonte, donde las aves se pierden mientras vuelan desplegando bella y elegantemente sus alas mientras son la envidia de aquellos soñadores que alguna vez han deseado surcar los aires como ellas.

Estaba tan despreocupada mirando el cielo estrellado que no se dio cuenta de que la carretera había tomado el camino hacia una pendiente. Ahora Audrey estaba subiendo por la ligera inclinación de la carretera. Pronto se dio cuenta de que la carretera seguía esta trayectoria tan común en las montañas porque precisamente la habían construido tomando como punto de soporte una montaña pequeña, que ahora obstruía su lado derecho para ver a los demás autos, que hasta ahora, estaban ausentes.

De todo esto Audrey ni se fijó, pues seguía observando el cielo índigo, preguntándose a sí misma que estaría haciendo su madre en Wyoming, si su hermana estaba bien, y si su querido Owen estaba aún viviendo en la misma ciudad en la que crecieron juntos, si aún la recordaba, si alguna vez supo que lo amaba locamente. Empezó a sonreír. Pero justo en el momento en que bajó la vista hacia el camino, su sonrisa se transformó en una mueca que combinaba el terror y la sorpresa. Un inmenso camión de carga venia justo a ella con sus cegadoras luces que evitaban que Audrey supiera que hacer. Era tanta la luz que no sabía si ella se había cruzado en su carril o si era culpa del camionero, por ende, no sabía si virar hacia la izquierda o la derecha. En ambos casos, era seguro que moriría, pues podía caer por el borde del risco o podía chocar contra la pared rocosa de la montaña para después ser embestida por el camión, que ya estaba disparando el poderoso rugido de sus bocinas. El sonido era ensordecedor y para Audrey solo era una presión de acuerdo a lo que debía hacer, era como si le dijera: “tic- tac, Audrey, el tiempo corre, ¿Qué harás ahora?”, pero en el fondo de su corazón, donde nace el terror puro, aquel que chilla, gime y te hiela el alma, el sonido de aquel claxon era como una macabra voz que le decía: “Es inevitable, te vas a morir”.

Inesperadamente, cuando al camión solo le faltaban unos siete metros para el inevitable impacto, Audrey reaccionó y arriesgándose la vida, giro hacia la derecha, donde era seguro que la muralla montañosa la estaba esperando. Cuán grande fue su sorpresa y su alivio al ver que fue ella quien se había cruzado hacia el otro carril dejándole espacio libre para salvar su vida. Aunque fue culpa de ella, el camión no ganó este round.

Mientras se alejaba del lugar y empezaba a bajar por la montaña, Audrey se puso a reflexionar- esta vez con los ojos fijos en el camino- que su hazaña, más que sorprendente era imposible, pues aunque su auto era pequeño, no había ninguna oportunidad de librarse de la muerte. Tal vez todo era una alucinación, tal vez ahora mismo estaba dentro de su auto todo destrozado, agonizando, sangrando, imaginando que fue ella quien venció al destino y no al revés, mientras se encontraba a punto de desplomarse en el abismo. O incluso todo iba más atrás, tal vez solo estaba teniendo una pesadilla la noche antes de salir rumbo a Utah. Tan increíble le pareció estar viva que hasta llegó a pensar que nada de eso aun llegaba a ocurrir. Pensó que tal vez aún estaba soñando, a los diez años, sólo que este no era un sueño como los que solía tener, en los que era una astronauta que se desplazaba por el espacio en un cohete color de rosa y floreado; o en los que era una audaz pirata que surcaba los mares peleando, maldiciendo y degollando a sus enemigos con saña y locura infinita. No, este era un sueño de su futuro, cuando finalmente había llegado a la madurez, cuando podía conducir como su padre y cocinar como su madre. Pero lejos de ser algo por lo que estaba ansiosa que llegara, esperaba que nunca ocurriese, pues en su sueño ella estaba muriendo y al mismo tiempo vencía a la muerte. Eran las consecuencias de ser Audrey Hoffman, tener una imaginación que podía hacerte pensar en las hipótesis más lógicas y en segundos desarrollar las teorías más ridículas y que rayaban en lo imposible.

Pero a fin de cuentas sabía bien que todo había sido real, que milagrosamente estaba viva, que debía seguir su camino. Finalmente y casi al amanecer, Audrey llegó a la zona de camping, se estableció, y tomó la cabaña que había rentado para su estadía. Para cuando hubo terminado de instalarse eran ya las 7: 34 de la mañana, pero no había nadie despierto aún. Pensó que seguramente no había despertado nadie porque tal vez empezarían sus actividades más tarde, después de todo, no habían planeado ir a una zona de recreación para levantarse a las cinco de la mañana para ir al trabajo. Como estaba cansada, Audrey se acostó un rato. Apenas empezaba a dormirse cuando escuchó unas agudas risas. De inmediato se levantó sobresaltada, pero al poco rato recordó que en ese lugar no estaba rodeada solo de adultos perezosos sino también de niños ansiosos por jugar y por levantarse lo más temprano posible para aprovechar bien su estadía. No pasó mucho antes de que Audrey los ignorara y volviera a recostarse, pero pasó mucho menos tiempo para que las risas volvieran a oírse, esta vez más fuerte que antes, como si solo se estuvieran esmerando en no dejarla descansar. De inmediato se levantó de la cama y muy molesta se dirigió a la entrada para gritarles que no hicieran tanto ruido. A pesar de que las risas se oían como si estuvieran a solo dos metros de su cabaña, al salir, Audrey se encontró completamente sola, no había nadie afuera. Esto la inquieto un poco pero se olvidó de ello al instante y regresó a la cama.

Después de descansar alrededor de cinco horas, Audrey estaba más que lista para empezar a trabajar. Así que apenas comió algo, salió a tomar un poco de aire puro.

-          Que extraño- dijo para sí misma- todo está tan… callado.

Era bueno no escuchar las risas ni los jugueteos de los niños, pero ese silencio que ahora estaba reinando era por demás incómodo. No se escuchaba ni siquiera el trinar de los pájaros, ni el sonido de las ramas de los árboles movidas por el viento. Era un silencio macabro, como si solo se hubiera extinto el sonido cuando llega un ser pensante y lo esperan en las sombras listos para atacarlo.

Lentamente, Audrey entró en la cabaña. Pensó que tal vez las demás familias se habían ido a acampar en lo profundo del bosque o a nadar al lago. Eso la tranquilizó un poco, pero no lo suficiente.    

Entonces, se dispuso a pasar el resto de la tarde trabajando una vez se tranquilizó, y salió al aire libre hacia la mesa de madera de camping que son muy usuales para comer el almuerzo en estos lugares. Había planeado hacer una historia un poco más tranquila, suave, recordando su pasado en su ciudad natal, contando la historia de una joven que es víctima del cruel destino y es separada de su amor, hasta ese entonces platónico.

Estaba tan concentrada en su trabajo que ni siquiera se dio cuenta que desde hace un rato una pequeña niña, de unos seis años, la miraba fijamente con sus enormes ojos color miel. Audrey pensó que era muy hermosa, y dulcemente le pregunto:

-          Hola linda, ¿buscas a tus papás?

No hubo respuesta, ni siquiera cambió la expresión de su pequeño rostro de ángel. Seguía mirando a Audrey fijamente, con una sonrisa de falsa tranquilidad, casi ni parecía viva, pues Audrey no pudo percibir el movimiento de nuestro pecho cuando respiramos. Un poco nerviosa, Audrey repitió la pregunta, de nuevo sin respuesta. Empezó a sentir miedo, pues ese incomodo silencio estaba regresando. Temía que de pronto en medio de ese suspenso, la niña finalmente hablara, no importaba que fuera, igual le daría un ataque cardiaco a la aterrorizada escritora.

De pronto Audrey sintió que algo rozaba su pierna derecha, como una hoja de papel, al inicio le bastó para gritar y romper ese molesto silencio, pero una vez vio lo que era, de alguna forma se sintió aliviada. Era un pedazo de periódico ya muy arrugado y empezando a ponerse amarillo. Audrey no pudo contener sus ímpetus de lectora y comenzó a leer para sí misma:

“AUTOBÚS ESCOLAR DE ESCUELA PRIMARIA LOCAL SE ESTRELLA CONTRA UN CAMIÓN DE CARGA. DIEZ NIÑOS A BORDO MUEREN”.

La noticia le pareció por mucho muy triste y terrible, pero entonces vio un anuncio clasificado pequeño, el cual, al final del mismo, decía: “… interesados presentarse antes del 22 de abril.”; cosa extraña porque estaban en septiembre desde hace trece días, no se explicaba el porqué de un anuncio tan pasado aún figuraba en el periódico, más aún porque no es gratis publicar un anuncio.

Entonces, considerándolo menos importante al inicio, Audrey finalmente revisó la fecha del periódico: 7 de abril de 1985.

¡Era un periódico de hace 26 años! Aun cuando estaba arrugado y decolorado, era impresionante que aun estuviera íntegro. Una vez que terminó de observar el periódico, volvió su vista hacia la pequeña. Cuán grande no sería su sorpresa y su terror también, cuando no encontró ni rastro de la misma, se había esfumado sin emitir ni un ruido, al igual que los inmensos sauces que no batían sus hojas con el ulular del viento.

De un salto se levantó de la banca de madera de la mesita de camping y empezó a mirar a su alrededor, queriendo encontrar a alguien y al mismo tiempo siendo lo último en el mundo que quería. El miedo se empezó a apoderar de ella cuando volvió a escuchar esas risitas agudas de niños que, más que humanas, parecían sobrenaturales. Llena de pánico, entro corriendo a la cabaña y no se atrevió a asomar la cabeza por la ventana hasta el anochecer, el terrible y lúgubre anochecer silencioso.

Sin duda el peor momento que Audrey pudo escoger para mirar por la ventana fue al caer la noche, cuando los árboles son como gigantescos trolls de piel oscura, con sus cabelleras mugrientas que ondean al viento, su piel rugosa llena de marcas de navajas de muchachos desconsiderados, y sus bocas apenas visibles llenas de dientes creados por las sombras nocturnas y por la torcida imaginación de las personas. Cuando el viento sopla fuerte como un aullido de banshee, que petrifica la esencia de la vida, y solo oírlo dan escalofríos y ganas de cubrirse el cuerpo con una manta. Y claro, cuando una imagen brillante, que no encaja con el lúgubre escenario, de la nada emerge. Fue lo que pasó precisamente: la niñita que Audrey vio esa mañana ahora mismo estaba fuera de la cabaña mirando fijamente la puerta principal con esa misma sonrisa falsa y espeluznante de antes. Llena de terror, Audrey de alguna forma logró transformarlo en valentía furiosa y salió de la cabaña decidida a gritarle a “esa cosa” que la dejara escribir lo que sería su próximo Bestseller.

-          ¡Maldita sea!- le grito eufórica- ¿Qué rayos quieres de mí?

La furia desmesurada de Audrey no pareció inquietarle ni por un segundo a esa chiquilla, quien seguía mirando fijamente a la puerta. En un movimiento involuntario, tentada por la curiosidad, Audrey giro la vista hacia la puerta principal que estaba tras suyo. Obviamente no vio nada, era la puerta abierta que, con su cálida luz, cortaba la espectral penumbra de la noche e invitaba a pasar al incauto asustadizo.

En menos de dos segundos realizo la operación y volvió la vista hacia la chiquilla. Pero nuevamente no la encontró, había desaparecido. Aterrada, Audrey no pudo emitir ningún sonido, estaba paralizada de terror y de pronto, sintió un escalofrío que le subía por la espalda. Al darse vuelta por completo pudo ver a la niña, que estaba en la puerta principal, sonriendo, con su horrible sombra extendida por efecto de la luz de la cabaña. Audrey se sintió atrapada, no sabía hacia donde correr, si entraba a su cabaña tal vez jamás volvería a salir, y si enfilaba hacia el bosque podría toparse con ella de nuevo y el efecto la podría matar del susto. Sintió que estaba embargada en una horripilante pesadilla, donde nada era factible para ella y donde los niños eran horribles monstruos con máscaras sonrientes, con sonrisas de cartón.

Mientras miraba hacia todos lados, Audrey vio que la niña había desaparecido de nuevo y, sin nada más que perder, volvió a entrar en la cabaña, bañada en sudor, lágrimas y terror puro. No pudo conciliar el sueño en toda la noche. Al día siguiente, su cara parecía demacrada y sus parpados pesaban, pero se negaba a cerrarlos, temía que esa niña estuviera frente a ella con esa sonrisa glacial.

La tranquilidad abrumadora se había ido, la mañana estaba preciosa, con cielo despejado y se oía el trinar de las aves. Audrey se sintió tan feliz, tan libre, tan tranquila que se sentó en la banca de camping para trabajar. Sin embargo, a lo lejos volvió a oír las risas de los niños, pero cada vez se hacían más fuertes, más cercanas. Fue entonces cuando vio salir detrás de unos arbustos a un montón de niños, diez en total, quienes reían y cantaban alegremente tomados de la mano y avanzaban hacia Audrey, quien no se inmuto en lo absoluto sino que les devolvió la sonrisa a todos ellos. No tardó mucho para que Audrey viera que entre esos niños estaba esa niña que le había hecho perder casi toda su cordura la noche anterior, mostrando una sonrisa más humana, y fue la primera vez que Audrey no sintió miedo, sino plenitud.

Finalmente la niña avanzo hacia Audrey y, extendiendo su manita, le dio algo inesperado: una página de periódico. Ésta era distinta a la que había visto antes, estaba más pulcra y apenas maltratada. Audrey la tomó y empezó a leer la página principal. Una vez que terminó de leer, le dedicó una última sonrisa a los niños, para después levantarse de la banca y, junto a ellos, irse brincando, riendo, y tomados de la mano hasta perderse en el bosque para siempre. La página del periódico que Audrey leyó entonces sucumbió ante la brisa del viento y rodando por el césped, mostró lo que Audrey había leído:

“AFAMADA ESCRITORA DE ARIZONA MUERE EN UN ACCIDENTE AUTOMOVILÍSTICO EN LAS MONTAÑAS DE UTAH AL ESTRELLARSE CON UN CAMIÓN DE CARGA.” 
 




viernes, 12 de julio de 2013

Ella...

Todos tenemos cosas que nos gustan por algo y, paradójicamente, también odiamos por algo. En mi caso particular me encanta el verano por muchas cosas: es el fin de la escuela, empiezan las vacaciones, por esas fechas acontece mi cumpleaños y puedo ver a mis amigos reunidos en una fiesta, etc. Pero también hay cosas que no me gustan del verano; como lo menciono unas lineas arriba, la escuela termina, pero es distinto que termine cuando aun te faltan años para concluir el nivel en el que estás que a cuando es tu ultimo año, donde todos toman caminos distintos a otras escuelas, y cuando llega el a veces inevitable "adiós". A muchos de mis amigos no los he vuelto a ver por esto mismo. Otra cosa que amo y odio al mismo tiempo es mi memoria eidética: me permite recordar todo lo bueno que me ha pasado, los nombres de todos los amigos que he tenido y los buenos momentos que pasé con ellos; pero también, por el lado malo, me permite recordar todo lo malo que me ha pasado, los nombres de todos los amigos que he perdido y los malos momentos que pasé con ellos. Y el peor de todos ocurrió precisamente en verano, no al inicio sino al final de este, aunque primero remontaré un poco hacia el pasado:

Acababa de salir del kinder, tenía seis años. Mi mamá me inscribió en la escuela primaria Nicolás Bravo, que se encuentra a tres cuadras de mi casa; a la vuelta de la esquina hay otra primaria (la Quirasco), pero mi mamá había escuchado que en esa escuela, en la que por cierto ya estudiaba mi hermano mayor, había constantes paros de actividad y huelgas. No quería que yo perdiera tanto tiempo útil, y había escuchado que la Nicolás Bravo era muy buena escuela. El primer día descubrí que en mi salón estaban al menos tres de mis amigos del jardín de niños, así que no tuve problema alguno en integrarme ni tampoco pasé días de soledad por no conocer a nadie. También habían muchos niños nuevos, me llevé bien con todos ellos. Pero había alguien especial que de inmediato llamó poderosamente mi atención. Era una niña muy linda, de piel clara y suave (eso lo descubriría después), cabello castaño oscuro que le llegaba a los hombros, con fleco y una diadema que evitaba que se despeinara; ojos rasgados ligeramente, labios rosados, dos lunares cerca de su boca. Era sin duda alguna la persona mas hermosa que alguna vez hubiese visto, era como un ángel para mi. 

Ella y yo nos llevamos bien siempre, nunca tuvimos ningún altercado ni discusión, aun cuando era un genio para provocarlas mas no para la escuela misma. Con el tiempo, mas que gustarme por ser bonita, empezó a gustarme por ser como era, su alegría constante y sus deseos de querer ser una princesa alguna vez. Ella me gustaba, nada iba a cambiar eso, pero me perturbaba la idea de no ser correspondido, sobre todo porque la gente piensa tontamente que a esa edad no sabemos lo que es el amor.

Los niños tienen sus formas particulares de decir "me gustas". Los varones actuamos estúpidos, llamamos la atención, y por sobre todo, molestamos constantemente y fastidiamos a la persona que nos gusta. Las niñas por su parte también aplican este ultimo detalle en los varones, pero ellas ademas fingen que les gusta alguien mas con intención de dar celos. Esto nunca he entendido por qué.

El punto es que asi nos demostrábamos afecto, por mas que la molestaba ella nunca dejó de hablarme. Y por mas celos que trataba de darme con Edgar, uno de mis compañeros, yo nunca me rendí ni me enojé con este compañero. Pasaron así los primeros tres años de primaria, yo con mis calificaciones mediocres y Ella con su sorprendente habilidad de saberse la tabla del nueve a los ocho años. Se acercaba el final de las clases, pero no me sentía triste por el hecho de no ver a mis amigos por mas de mes y medio (recuerden que mi casa quedaba a tres cuadras de distancia, para los niños de primaria es un buen tramo). Si tan solo hubiese sabido lo que pasaría en agosto al regresar, esos últimos días de julio los habría vivido al máximo, y seguramente en la ceremonia de despedida habría llorado sin control.

Llegó el 18 de agosto, lunes, primer día de clases. Había pasado unas vacaciones geniales, mi hermano que ya estaba en quinto grado me mostró su viejo libro de Ciencias Naturales de cuarto grado, venían muchos dibujos y fotos de animales, eso me gustaba y empecé a leerlo. Quería llegar y sorprender a todos con el hecho de que sabía mucho sobre esa materia que sería nueva para nosotros ese año. Siempre fui uno de los primeros en llegar (aun hoy en día es un buen hábito que tengo), y poco a poco comenzaron a llegar mis amigos. Primero Erick, luego Ubaldo, le siguieron Teresa y su hermano Marcos que eran nuevos desde el tercer año. También tuve la grata sorpresa de descubrir que había una nueva compañera llamada Reyna y otra mas llamada Brenda. Seguí esperando a resto de mis amigos, aún faltaban unos diez mas. Pero el número cedió en seis. Nadie más llegó. Al principio pensé que tal vez era una gran coincidencia y por algún motivo no habían sido enviados a la escuela; desde hace dos días el cielo estaba gris, pero no había llovido, tal vez pensaron que llovería. Pero al final me dejé de pretextos estúpidos y tuve que aceptar la dura y amarga verdad. Josué, su hermano Daniel, Nayeli, Edgar, Sofía, mi mejor amigo Juan Antonio, Karen, Sara... e incluso Ella, todos se habían ido. A dónde, cómo, por qué, nunca lo supe, solo tenía nueve años, a esa edad no solemos indagar mucho sobre nada. En el primer recreo de ese nuevo año me senté solo, no tenía ganas de comer ni de hablar, y no recuerdo si lo pensé o si realmente lo dije, pero si recuerdo cuales fueron las palabras que pronuncié: "Yo pensé que siempre estaríamos juntos. Que siempre serían mis amigos...". Las lagrimas rodaron por mis mejillas. A la hora de entrar al salón el viento empezó a soplar fuerte y segundos después, el cielo se unió a mi y empezó a llorar.

Ese día, junto con el día en que murió mi padre (cruel ironía que fue el día veinte, lunes, primer día de escuela del año en curso), es probablemente uno de los peores de toda mi vida. Pero no hay herida que el tiempo no pueda curar. Lentamente, al pasar los días me fui estabilizando, comencé a llevarme bien con mis nuevos compañeros, e incluso Brenda y yo nos hicimos muy cercanos, nos empezamos a gustar. Pero aun así, había noches en que el sueño no llegaba pronto pues siempre pensaba en Ella; a veces iba a casa de mi abuela, cuyo patio trasero daba a la entrada de la escuela, me subía en el árbol de ciruelo que estaba allí (lo llamaba mi fortaleza secreta) y desde lo alto podía ver la casa de Ella, a cuadra y media de mi y de la escuela, me quedaba ahí por mucho tiempo, viendo fijo a su casa. Ubaldo me dijo donde vivía e incluso me acompañó a la esquina de su cuadra y me señaló exactamente cual era su casa. Aún así nunca tuve el valor suficiente para ir a visitarla, sobre todo porque pensé que su casa estaba ahora vacía. No recuerdo quién fue, pero me comentó que Ella se había ido a vivir a la Ciudad de México; la noticia dejó mi corazón fragmentado y pulverizó toda esperanza de volverla a ver algún día por la calle. Aunque su partida no me hizo lo suficientemente fuerte como para ir a tocar a la puerta de su casa, si me hizo fuerte para soportar la partida de Brenda, quien después de llevar en la escuela menos de el año, por motivos desconocidos tuvo que irse. Todos lloraron cuando se fue, menos yo, la despedí con cariño, pero no me doblé. Al final del cuarto grado, una tarde de verano sin nada que hacer, había tomado los libros de sexto grado de mi hermano, empecé a leerlos y a entenderlos por completo; encontré varios exámenes suyos, los corregí sin tener los libros correspondientes a la mano. El potencial que ahora tengo finalmente estaba empezando a despertar y a fortalecerse.

Como todo niño cuando tiene un juguete nuevo, esta nueva habilidad e inteligencia recién descubierta hizo que me olvidara de todo problema por un tiempo. En un año me recuperé por completo de todos los fracasos que había tenido desde primero a tercero. Pasé de ser el mas tonto a ser uno de los más brillantes; Reyna y yo empezamos a llevarnos excelente y algo empezó a nacer entre nosotros. Pero algo pasó un día que suprimió todo sentimiento romántico hacia ella. Era jueves por la tarde, eran las doce o una aproximadamente, iba a la tienda de la esquina a comprar un refresco grande para todos. Iba golpeando el envase contra mis rodillas y recorriendo los barrotes de la barda del vecino con el mismo. Estaba por llegar a la esquina por la que pasaban todos los niños de la Quirasco, la Benito y la Secundaria Oficial al salir de clases. Fue cuando la vi. Ella. Venía junto a dos amigas de la escuela, riendo y platicando, traía el uniforme amarillo cuadriculado de la primaria Benito; no me vio, pero yo sí y eso era lo que importaba. Renovó mi fe y mis esperanzas, pero borró a Brenda y a Reyna de mi mente en el plano sentimental pasándolas al plano de los amigos.

Pese a saber que aun vivía en la misma casa, ni así tuve nunca el valor de verla. Hubo incluso una vez que finalmente me había inspirado y estaba decidido a hablarle cuando pasara por la esquina y decirle todo lo que sentía y alguna vez sentí. Ese día no pasó por la esquina, la esperé por horas. Seguro que Dios se estaba revolcando de risa al descubrir que en joder mi vida había encontrado un pasatiempo muy bueno. El tiempo siguió pasando, la seguí viendo e incluso me la topaba constantemente en la calle (parece que Dios finalmente había dicho: "Ok, esto ya no es divertido. Solo dilo de una vez y vayámonos"), pero aun así no solo yo, sino que Ella también siempre permaneció muda ante mi presencia.

Pasaron once largos y dolorosos años durante los cuales no pude dejar de pensar en Ella. En ese entonces ya estaba en la universidad, y vivía con mis amigos en Tantoyuca. Un sábado en el que regresamos a Pánuco para ver a nuestras familias, descubrí que ella tenía Facebook (uno de mis amigos de prepa, Aarón, me dijo que la tenía agregada, pero desde entonces y en los proximos dos años, nunca me dio su nombre de Facebook para agregarla). Esa noche la agregué; al día siguiente no entré en todo el día al Internet, hasta llegada la noche. Accedí a mi cuenta y vi que no solo me había aceptado como amigo, sino que también había publicado un mensaje en mi muro:

" :3 "

Dos caracteres. Un signo de puntuación y un número. Nunca antes tan poco había significado tanto para mí. Aun me recordaba, y no con desprecio, sino con alegría. Finalmente ocurrió que el día 25 de octubre, a las 7:23 (mi memoria eidética ha mejorado muchísimo), pude hablar con Ella, aun me recordaba por "Álvaro", mi primer nombre y el único por el cual me llamaban todos en la primaria. Hablamos por un buen rato y finalmente Ella me dijo algo que me sorprendió y al mismo tiempo ya sabía: "Tu en la primaria me gustabas". Siempre lo supe, le dije que yo también estaba enamorado de ella. Seguimos así por un buen rato mas. Al final al regresar esa semana a Pánuco la fui a ver, pude escuchar el nuevo timbre de su voz que había cambiado tan poco después de once años, nos abrazamos y duramos así por un buen rato. Actualmente somos amigos, y la considero mi mejor amiga mujer, pues Ella siempre mantuvo firme aquello que permite que la amistad exista: Nunca olvidarte de las personas que quieres y te importan. Y si, aunque el 18 de agosto del 2000 fue uno de los días mas brutales de mi vida, pues perdí a casi todos mis amigos de golpe, el 25 de octubre del 2011 lo considero uno de los mejores días de mi existencia, pues ese día comprobé que de los casi 30 amigos verdaderos que hasta entonces había perdido, uno de ellos aun seguía ahí.