domingo, 6 de octubre de 2013

El mensajero de la muerte.


Nueva York. Aquella mañana de agosto hacia un clima hermoso: brillaba el sol, y las nubes galopaban sobre el inmenso firmamento azul del cielo. La mañana se regía orgullosa sobre los inmensos rascacielos, a punto de dar paso a una tarde que no podría opacar a la mañana, e igualmente no sería nada despreciable para sentirse.

En Fifth Avenue, una de las zonas turísticas más importantes de la ciudad, se erigía un pequeño edificio de apariencia rustica, que contrastaba magistralmente con los titánicos edificios que lo miraban desde lo alto del cielo. También el contraste destacaba con el hecho de parecer una vieja posada que poco o nada debía hacer ahí; parecía algo más propio de Queens.

En efecto, era una vieja posada, de cinco pisos, en la que solo habitan, contando al casero, once inquilinos. Hace ya mucho que no había nuevos vecinos, y desde hace mas de 2 años que la vieja señora Moore se había mudado con su hija a Kansas. Fue doloroso verla partir, pues les caía bien a todos, y eran como una gran familia. Aquella mañana, fue una gran sorpresa para todos volver a ser doce personas.

El señor Joseph Evans era nuevo en aquella ciudad, no tenía hijos que lo cuidaran, y su única compañía, y que en verdad apreciaba, era la de Luthor, su perro lazarillo de la raza de Cobrador de Labrador, pues el pobre anciano era invidente.

-          -Muy buenos días tenga usted, señor Evans- había dicho Frank Stevenson, el casero de aquella posada- espero su viaje haya sido placentero.
-          -Buen día tenga usted- dijo en tono cansado el anciano-, gracias, si, estuvo muy bien. Mi querido Luthor nunca me ha decepcionado, y nunca me ha expuesto al peligro de los autos ni de los barrios inseguros.
-              -Si no le molesta, usted residirá en el número 27, del segundo piso.
-              -Ninguna molestia, señor Stevenson. Mientras más cerca de la planta baja, mejor.

Dicho esto, esbozo una sonrisa, aun sin esperar una del señor Stevenson. Afortunadamente, aquel hombre era tan agradable como alguna vez lo fue la querida señora Moore. De este modo, correspondiendo a su sonrisa y estrechando sus manos en señal de paz, Frank y el señor Evans sellaron el trato de su estadía.
En el transcurso de la tarde, Frank se encargo de presentar al señor Evans con el resto de los inquilinos. Así que los cito a todos a la sala principal y una vez allí, la mayoría pudo confirmar que aquel hombre, a pesar de no saber cómo eran sus rostros, o saber siquiera si seguían ahí, era sencillo y agradable. No representaba ningún problema que se quedara.

Esa tarde, el señor Evans pudo conocer a la familia Masen, compuesta por Erik, Rose y su hija de nueve años, Serena; a la agradable pareja de ancianos compuesta por Richard y Lois Granger, y a pesar de que Joseph Evans ya tenía sesenta y cuatro años, no eran nada comparado a los setenta y ocho de la pareja; por último, Joseph también fue presentado con Liam Thomas, un hombre corpulento de treinta años, soltero.
Falto por ser presentado a los estudiantes Gordon Sullivan y a su amigo Ethan Crowley. Ambos estudiaban en la Universidad Cornell, y cursaban ya su ultimo año en la misma. Esa tarde estaban ausentes debido a sus deberes escolares. Al igual que a los universitarios, Joseph Evans no pudo conocer a la pareja veinteañera de Adrien Lewis y a su novia Dawn Smith; vivían juntos y ya tenían pensado comprometerse. Probablemente andarían en una cita.

La noche llegó, e inesperadamente un viento frio empezó a soplar desde el sur. Pese a esto, la noche transcurrió con tranquilidad, al menos hasta las tres de la mañana. Inesperadamente, Luthor, el perro del señor Evans empezó a aullar. Pero no era un aullido normal, era un aullido que el animal extendía por alrededor de veinte segundos, fuerte y profundo, capaz de penetrar en el corazón del hombre más valiente, y con extrema facilidad en medio de ese velo de oscuridad, que en gran medida gracias al silencio, resultaba escalofriante.
Fueron tres los aullidos que el perro lanzo, aunque no consecutivamente. Esperaba en intervalos de dos a tres minutos antes de lanzar otro tétrico aullido. De más esta decir que esto molesto a los inquilinos, que furiosos, fueron a reclamar al señor Evans. Antes del segundo aullido, la familia Masen, Adrian y su novia y Liam Thomas estaban en su puerta, tocando para obtener respuesta.

-          -Oiga- había dicho colérico el señor Masen-, será mejor que calle a ese perro. No se usted, pero nosotros tenemos cosas que hacer apenas amanezca.
-          -Erik, creo que deberías ser un poco más amable- le dijo su esposa tocándole el hombro-, solo piensa que él es nuevo en la ciudad, no tiene a nadie más que a su perro, tal vez para el esto sea algo normal.
-           -Su esposa tiene razón- dijo el señor Evans, haciendo que sus vecinos saltaran de la impresión.
-          -¿Usted puede oírnos?- pregunto Thomas.
-      -Claro que puedo, ¿nunca han oído que al perder un sentido una persona, tiende a desarrollar otro en compensación del que perdió?

El señor Evans hablaba como si sus vecinos estuvieran a su lado, aunque su cama estaba a casi cinco metros de donde estaba la puerta que  separaba el oscuro umbral de su habitación del pasillo iluminado en el que se encontraban sus vecinos.
-          -Ténganle paciencia, estoy seguro que se cansara produciendo esos aullidos tan largos.
Mientras decía esto, Luthor estaba ya terminando de aullar por tercera vez. Esperaron otro rato, pero ya no hubo más que silencio.
-          -¿Ya lo ven- dijo el-, no les dije que se cansaría?

Como no queriendo convencerse, los inquilinos se retiraron a sus respectivos aposentos, entre bostezos y musitaciones. Claro que sería una novedad al día siguiente. No todos los días, un lazarillo aullaba tres veces a las tres de la mañana.
Los días siguientes transcurrieron normales, con idas de los inquilinos de aquí a allá que el señor Evans no veía, pero podía sentir en su alrededor. Ese día, al notarlo tan solo, Frank lo invito a jugar algún juego de mesa. Parecía una broma cruel, pero no para este ciego. El señor Evans reconocía con facilidad las piezas del ajedrez, y sabía con exactitud como movía sus piezas, nunca dejando una a mitad de dos cuadros en una jugada. De cinco juegos, el seño Evans venció a Frank en dos.

-          -En verdad que hacía ya un tiempo que no me divertía así- dijo con una sonrisa en su cara- pero, ¿podemos probar con algún otro juego?
-          -Bueno, solo me quedan un juego de parchís, y unos tres o cuatro juegos de rompecabezas- dijo el casero.
-          -El parchís nunca me ha gustado, pero podría tratar con un rompecabezas tal vez.
-       -Oh, bueno señor Evans- dijo Frank- debo admitir que es un excelente jugador de ajedrez, pero este siempre es igual, siempre las mismas piezas y el mismo número de cuadros. No es el caso con un rompecabezas; tardaría días en resolver uno.

Esperando que el  señor Evans le riñera por su crítica y su falta de confianza en las destrezas de otras personas, quedo sorprendido al ver que el hombre frente a él solo se reía. Reía con fuerza.

-        -Bueno- dijo Joseph al fin-, no se tu, pero yo no tengo prisa. Anda, alcánzame uno y ya veremos de que cuero salen más correas.

Ambos rieron, mientras Frank le alcanzaba un rompecabezas al anciano. Afortunadamente, Frank tenía uno que era para niños pequeños, de solo quince piezas. La imagen a formar era el simpático dibujo de un gatito.
Frank vio como su inquilino tocaba con sus dedos los bordes de las piezas, buscan los lados que no tuvieran ninguna pestaña o una marca para ensamblar las piezas. Buscando las piezas con bordes lisos, las dispuso para ver cuáles de ellas eran parte de los lados de la imagen. Y después de una hora de intenso análisis, pudo ensamblar y armar el rompecabezas.

-          -No ha sido difícil, Frank, estoy acostumbrado a reconocer objetos con solo tocarlos.

Y así prosiguió el señor Joseph, resolviendo los demás rompecabezas, mientras los días avanzaban y Agosto daba paso a Septiembre. Su desafío final fue un rompecabezas de 120 piezas, que mostraba la fotografía de un chimpancé bebe, que tenia posada su mano derecha sobre su rostro, dejando el rastro de sus dedos sobre su boca. Aunque empezaron a buen ritmo- porque el mismo Joseph admitió que era un desafío muy grande y solicito la ayuda de Frank- no pudieron completarlo, dejándolo a poco mas de la mitad de terminarlo. Sin embargo, la calma se vio perturbada por un acontecimiento trágico: el día primero de ese mismo mes, Serena Masen, la hija del matrimonio de Erik y Rose, murió de un infarto mientras dibujaba en el piso de su hogar. Sus padres estaban destrozados, y también muy  desconcertados, pues su hija tenía una salud envidiable que superaba con creces a la de sus padres.

La calma empezaba a volver, hasta que súbitamente, tres días después de la muerte de Serena, Richard Granger, esposo de Lois Granger, tuvo una estrepitosa caída por la escalera principal. Al parecer, sus pies tropezaron contra varios de los pliegues de la gruesa alfombra del tercer piso, desplomándose hacia adelante, y tras rodar varia veces, cayó mal apoyado sobre su cabeza, y se rompió el cuello. El crujido rápidamente ahogo sus desesperados gritos de ayuda. Su cuerpo quedo tendido en el piso del salón principal, mientras sus ojos sin vida seguían entornados hacia arriba y un hilillo de sangre empezaba a brotar de su boca. Su esposa, inconsolable, se marcho a vivir con su hijo a la zona de Manhattan. Dos semanas después del accidente, mientras Liam Thomas se encontraba cenando, no mastico bien un pedazo de filete, que se le atasco en la garganta y, necio a ser expulsado, termino con la vida del pobre hombre a causa de asfixia. Cuando encontraron su cuerpo, era claro que desesperadamente trato de salvarse: en la escena estaba un vaso roto que contenía agua y que ahora ya estaba sobre la mesa, empapando el mantel, asimismo la mesa estaba hecha un desastre y Liam se encontraba tirado hacia un lado, con el rostro pálido y lagrimas en sus ojos. También le escurría un poco de saliva por el borde de la boca, que ya empezaba a formar un pequeño charco en el piso.

Las noticias sobre estos accidentes volaron tan rápido que nadie más en un buen tiempo quiso ser inquilino de aquella posada, pues era mucha coincidencia que todo hubiera pasado en el mismo lugar y con poca diferencia de días. Los inquilinos restantes, temían por su vida, pues sentían que “algo” los estaba cazando, “algo” esperaba el momento para destinar sus almas a la perdición, seleccionándolos y matándolos con saña como si fueran ganado, que va a ser servido a los espectros del infierno, y sus entrañas a los buitres.

Afortunadamente, no ocurrió nada, y la tranquilidad se restableció a mediados de Octubre. Pero, como si cruelmente estuviera esperando a que sus víctimas se despreocuparan para iniciar su nueva matanza, el terror volvió a llegar, una fría noche, a la una de la mañana.

El señor Evans se había acostado temprano esa noche, a las ocho para ser exactos, cuando su sueño fue perturbado por su perro. Luthor volvió a las andadas. Empezó a aullar, muy fuerte y estridentemente. Los inquilinos estaban furiosos, pues no estaban pasando una bonita temporada con los sucesos pasados, así que de inmediato Erik Masen salto de su cama para ir a reclamarle al viejo Joseph.  El aullido de Luthor fue largo, de unos 30 segundos, pero al final solo fue un aullido el que lanzo esa noche.
No sabiendo si estaba asustado o nervioso, el señor Masen se volvió a su departamento, primero apretando el paso y después casi corriendo, sintiendo como se le erizaba la piel de la espalda y con esa sensación de que alguien, entre las sombras, te sigue.

Después de aquel aullido, pasaron dos semanas antes de que el terror se manifestara de nuevo. Esta vez, la víctima fue Dawn Smith, la novia de Adrien Lewis. Mientras este último se encontraba viendo la televisión, Dawn estaba en el baño terminando de ducharse. Antes de salir, después de cepillarse los dientes, la chica resbalo a causa del resbaladizo piso de linóleo, y se asesto un buen golpe en la cabeza con el lavabo, sangrando profusamente y sufriendo por unos cuantos instantes, hasta que la muerte finalmente se apiado de su dolor y vino por ella. Adrien fue quien descubrió el cuerpo de su novia, y, sin poder articular palabra, empezó a gritar tan fuerte, que el primer grito lo escucharon en todo el edificio. Permaneció casi tres días sin hablar y dormir, pues el impacto fue demasiado. Ninguno de los dos había tenido antes pareja, y cuando se conocieron al fin, casi de inmediato acordaron que querían casarse. Lloraba de impotencia al ver sus sueños truncados por su repentina partida de este mundo.

Un día, los inquilinos restantes se citaron en una junta de emergencia, a la que Joseph no fue rectificado de asistir. El motivo era simple: creían que el perro algo tenía que ver.
-          -Disculpen, comprendo su dolor, pero esto me parece absolutamente ridículo- fueron las palabras de Frank, quien no daba crédito a las teorías de sus inquilinos.
-     -¡Por Dios, Frank, abre los ojos!- dijo el señor Masen- ¿No te das cuenta de que cada vez que aúlla ese perro alguien en este edificio muere?

-        -Es verdad, señor Stevenson- dijo el joven Gordon Sullivan- solo piénselo; la primera noche, aulló tres veces, a las tres de la mañana. Y curiosamente el perro ya no aulló mas, hasta después de que tres habitantes fallecieron. Y hace poco, solo aulló una vez, a la una de la mañana, y falleció la señorita Smith. Cualquiera pensaría que es la mayor coincidencia de la historia que jamás ha pasado, pero los que aquí vivimos no lo creemos así.

-         -Además, Frank, debe usted saber que desde hace mucho, el aullido de los perros ha sido asociado a los espectros, pues dicen que tienen un sexto sentido, y también a su aullido se le asocia a la muerte.- dijo sombríamente la esposa de Erik Masen.

-         -Escuchen, creo que hablo por todos cuando digo que no queremos causarle daño a ese hombre ni a su perro, solo queremos que se marche- fueron las fuertes palabras de Adrien Lewis, quien aún sentía dolor en su corazón- ¿O es que acaso esperan a que ese perro aúlle otras siete veces y nos mate a todos, incluido su dueño? 

Tras un buen tiempo de meditación, Frank decidió que seria mejor hacerle caso a sus inquilinos, e informarle al buen Joseph Evans que debía retirarse del edificio. Cuando subió al cuarto del anciano, se sorprendió al verlo hacer su maleta.
-          -Pero, Joseph, ¿Qué esta haciendo?- pregunto sorprendido ante su invidente inquilino.
-     -He podido escuchar su conversación, allá abajo. No los culpo por tener sus conjeturas sobre mi buen Luthor, a mí también me pareció mas que una coincidencia que sus aullidos estuvieran relacionados con las trágicas muertes de mis vecinos. Así que, creo que lo mejor será que nos vayamos. Ya pensare después donde podre quedarme.

Frank se sentía muy triste, pues nadie antes le había resultado tan buena persona, ni se habría molestado en usar su tiempo con el, divirtiéndose como si se conocieran desde siempre. Al mismo tiempo, sentía una grata sensación de alivio, pues no tuvo que ser el mismo quien despachara al buen hombre, y también porque por fin esta pesadilla llegaría a su fin. Aquella charla paso tranquila, convirtiendo la mañana en la tarde, al dar la una en punto. Justo cuando Joseph no podía sentirse mejor, Luthor lanzó un aullido que más que perforar en su corazón, sintió que le debilitaba todo su cuerpo. Ese último aullido lo puso nervioso, pero si todo seguía un patrón de conducta, por ser la una de la tarde, solo un aullido seria lanzado. Aun aquella noche, mientras dormía, de su mente no podía salir aquel sombrío pensamiento: “Me mató, oh Dios, me ha matado”.

A la mañana siguiente, todos se preguntaban si Frank había cumplido con su deber. Fue tranquilizante ver salir al señor Evans junto con su perro, hacia la calle a eso de las doce y cuarto del día. Antes de partir, Frank nunca podría olvidar las palabras que dijo el anciano:

-          -Ese rompecabezas, Frank, no lo desarmes. Al contrario de los demás, no fue concluido. Así que guárdalo, y algún día volveré, y podremos terminarlo juntos, porque así fue como lo iniciamos. Juntos.

Dicho esto, enfiló su camino hacia la atestada calle, y entre la multitud se perdió, para no ser visto de nuevo.
Al día siguiente, Frank Stevenson recibió una visita inesperada. Era un oficial de policía, que venia a reportarle una notica que le rompió el corazón: exactamente a la una de la tarde, quince minutos después de salir de la posada, Joseph Evans, guiado por Luthor, cruzo la calle, sin poder presentir que su perro ignoro el paso de los autos y sin poder sentir la cercanía de un autobús de pasajeros, que a pesar de intentar frenar, nada pudo hacer para detener su marcha, y arrollo al señor Evans y a su perro. Ambos murieron.
Para Frank Stevenson fue muy claro lo que el aullido que Luthor lanzó el día anterior quiso decir: era un aullido final.