miércoles, 12 de junio de 2013

Mensaje.



Muchas decisiones habían sido tomadas últimamente. Entre cosas que se quedan, cosas que se van, incluso cosas que se compran, se tomaron decisiones con respecto a lo que haríamos con las propiedades que teníamos. Tenemos dos casas, de las cuales solo una está habitada, la otra solo está esperando quien la ocupe. Mi papá siempre decía que debíamos utilizar la segunda casa, en la Colonia Solidaridad, porque si dividíamos el gasto de la luz y el agua, sería más fácil pagar ambos recibos, incluso era probable que fuésemos capaces de pagar el gasto nosotros mismos. Pero nadie nunca se animó a ocupar esa casa. La razón: Quedaba a una gran distancia de la nuestra, de nuestro barrio y de las personas que conocíamos. Pero ahora mi papá está muerto. Por eso hemos tenido que tomar muchas decisiones (algunas no hacen felices a todos, pero así son las cosas), y por eso mismo, finalmente yo decidí ocupar aquella casa.

Vivir en Tantoyuca por dos años, mientras estudiaba, me volvió independiente, capaz, y responsable. Por eso mi mamá no tuvo ningún reparo en que me fuera a habitar la casa solo. De hecho, solo la habitaría de noche, pues mi horario y área de trabajo seguía desempeñándose en mí otra casa. También no hubo problema en que solo viviera yo en la casa porque el trabajo de mi hermano le exige madrugar y no puede desperdiciar tiempo de viaje, y mi hermana es muy floja e insoportable. Mi papá me enseñó a no rendirme, y a no quejarme por cualquier cosa. Bien podría irme caminando o en bicicleta, pero afortunadamente tengo una motocicleta.

Y así fui y vine por un lapso de una semana como mínimo. Y luego pasó eso.

Era de noche, casi las doce. Usualmente no viajo tan tarde por las calles, a menos claro que el trabajo así me lo imponga. Mi motocicleta no tiene luces, en un descuido, el mismo día que mi papá murió, la moto se me cayó y se rompió su faro. Igualmente eso nunca me detuvo, aprendí muy bien a andar a oscuras, después de todo, ¿Qué es una motocicleta sino una bici con motor? Además a esa hora ya no había gente transitando, así que solo debía preocuparme por lastimarme yo mismo.

En fin, como ya lo imaginaba, las calles estaban desiertas. Caminar a esa hora de la noche podía causar escalofríos a cualquiera, o incluso esa sensación de que alguien te sigue, entre las sombras. Afortunadamente, el constante ronronear del motor de la moto repelían todas esa emociones negativas. Para llegar a mi casa tomé el camino que lleva directo al cementerio, pero antes de llegar a este último, hay dos esquinas, cualquiera de las dos me llevaría a casa a dormir. Pero antes de llegar a cualquiera de las dos intersecciones, hay un tramo largo, por donde se extiende un gran terreno, una propiedad, de dueño desconocido para mí, con árboles, y matorrales. Justamente cruzaba por ese tramo cuando vi a alguien. O algo. Al principio creí que alucinaba, después me di cuenta de que lo que veía era real. Y finalmente, de una forma que no puedo explicar, una oleada de nostalgia me invadió. Reduje la velocidad, hasta que me detuve. A mi lado se encontraba una muchacha, de unos veintitantos años, el punto es que claramente era mayor que yo, alta, cabello negro, largo y suelto que destellaba con los rayos lunares, que hacía al menos cinco horas habían relevado al Sol. Era muy hermosa, tal vez la mujer más bella que alguna vez hubiese visto (con el perdón de la chica que me gusta actualmente). Llevaba puesto un vestido no tan largo, al menos le llegaba a las rodillas, era de una sola pieza, sin magas y pulcramente blanco. Su piel era muy clara, casi con un tono cadavérico, sus ojos eran almendrados y también grandes. Por la oscuridad no supe si eran cafés o negros, pero igual no me importaba, había preguntas más importantes que hacer. Algo me impulsó a hablarle, sentía que debía hacerlo. De hecho, sentía que ya la conocía de hace mucho atrás.

-¿A dónde vas?- Dije yo, nunca fui de los que preguntan nombres o se presentan antes. A veces voy directo al grano con lo que quiero saber.

-A mi casa…- Me respondió casi al instante. Su voz era muy calmada y suave. Me sentí sereno de solo escucharla, como si fuera una melodía.

-¿Te queda muy lejos? Puedo llevarte si lo deseas. No es seguro que andes a pie a estas horas.

-Está bien.- Dijo.

Como su vestido no era muy largo, subió sin problemas a la motocicleta, sentándose de lado, a la vieja usanza de las señoras que usan vestido. La chica tenía clase.

Una vez estuvo arriba, emprendí el viaje de ida a su casa.

-¿Dónde queda tu casa?- Le pregunté. El sonido de mi motocicleta es muy bajo, lo suficiente para hablar sin gritar.

-Hacia adelante… todo derecho- Me dijo ella.

En ese momento, finalmente me puse a pensar que nunca vi si ella estaba parada allí en la banqueta, o si iba justo en la misma dirección en que nosotros íbamos, o incluso si iba en la dirección opuesta. Solo recuerdo distraerme un poco, y al voltear de nuevo al frente ahí estaba, a unos veinte metros de mi, atrapando mi total atención con el blanco color de su ropa, que contrastaba bellamente (horriblemente a favor de las sombras, claro) con la oscuridad.

No soy de los que suelen hacer conversaciones con extraños, ni siquiera mujeres, así como así, pero algo desconocido me impulsó iniciar una:

-Sabes, el haberte recogido aquí me trae el recuerdo de una historia que me contó mi mamá hace unos dos meses. Es sobre mi papá. El falleció hace ya medio año. Te la contaré…

Ella no respondió.

-Ella y mi “jefe” nunca nos contaron esta aventura de él, aún cuando es algo que solían hacer muy seguido. Gracias a esas historias he logrado aprender mucho de mi familia. Como que tuve un tío abuelo que era un mercenario, y que danzó con la muerte en una carrera de caballos, o que mi abuelo era un hombre que le disparaba a todo aquello que se movía en el monte. Bueno, bueno, el punto es que hace dos meses mi mamá nos contó esto. Era sábado. Mi papá regresaba a la casa (precisamente a la que voy ahora mismo, ellos antes vivían aquí) de una fiesta que organizó el equipo de futbol en el que trabajaba de paramédico y masajista. Estaba borracho, y regresaba manejando una camioneta negra que en ese entonces tenía. La casa del dueño del equipo quedaba en dirección al Tec, aquí en corto. Pero como no coordinaba bien, terminó dando una vuelta más larga. Al final resulta que aquí mismo, en la esquina de esta área de juegos (íbamos cruzando justo por ahí), vio parada a una muchacha muy guapa, así como usted. Mi papá creyó que era cantinera o algo así. Ahí más adelante hay unos tres bares, frente al cementerio (uno de ellos se llama “Aquí se está mejor que enfrente”). De todos modos mi papá creyó convincente ayudarla. La invitó a subir, ella le dijo que también vivía más adelante. Aún cuando no estaba en sus cinco sentidos, no le cruzó por la cabeza hacer algo estúpido, como tratar de tocarla o besarla, incluso algo peor. Él solo condujo, sin cruzar palabra, ella le correspondió de igual forma. Finalmente, ella indicó que quería bajar. Justo en la entrada del cementerio. El creyó que vivía cruzando la calle o algo así. El portón estaba cerrado con candado. Ella se bajó, dio las gracias, y mi papá siguió un poco más adelante para dar vuelta en ese árbol grandote que está a media calle, pero que sirve como punto de apoyo para que la gente espere a que dejen de pasar los autos. Dio una vuelta en “U” para emprender viaje de vuelta, la acción debió tomarle al menos quince segundos. La chica ya no estaba. Se había ido. Había desaparecido. Mi papá se paró en seco, y empezó a ver en todas direcciones, asustado. Finalmente metió pata al acelerador y no paró hasta llegar a la casa. Cuando llegó, parecía todo menos el hombre valiente que no le temía a nada, le contó todo a mi “jefa”. Finalizó su relato con estas palabras: “Ay vieja, hasta lo pedo se me bajó del susto”.

Al terminar esas últimas palabras, solté una carcajada, algo que suelo hacer, a veces sin razón aparente. Mis amigos que ya me conocen, lo toman como algo normal, pero para los extraños a veces parezco un loco. Aun así, ella no hizo ningún ruido durante el viaje, ni una palabra. Igual mi relato no duró mucho, iba intencionalmente a una velocidad baja para que me diera tiempo de contarlo todo, y agregar estas palabras:

-Así que, ya sé a dónde vas. No sé quién eres, en ningún momento me dijiste tu nombre, pero siento que ya te conozco por esa historia. No siento miedo, porque lo único que he hecho es continuar un ciclo sin fin para ti. Ahora, a mi papá lo cremaron, así que no está en el cementerio. Pero, si no te molesta, quiero pedirte un favor… Si encuentras la manera de volver a verlo, dile que estamos bien, que afortunadamente no nos ha hecho falta nada. Y dile también que él estaba equivocado, sí existen las personas de buena voluntad, las que hacen el bien desinteresadamente, de esas personas hubo muchas en su funeral, nosotros apenas y tuvimos que poner algo. El debería saber de su existencia, después de todo el era una de ellas, y a ti te consta… También dile que los amigos de verdad sí existen, y que si has sufrido mucho en esta vida, y si te has topado con malas personas que te han hecho pasar un mal rato, no por eso debes pensar que todos son así, ni debes vivir con una idea negativa por el resto de tu vida. Y lo más importante, dile que si no lloré en su funeral, no es porque no me doliera, es porque no tenía miedo al dudoso porvenir, porque tenía plena confianza en lo que él nos enseñó, en las personas en que nos transformó.

Para cuando iba a la mitad de mi petición, ya me había detenido frente al portón. Ahora el silencio era más espeluznante, ni siquiera se escuchaba el ulular del viento. Cualquiera habría colapsado, pero yo no, al menos no en esas circunstancias, había una fuerza que no podía explicar que me mantenía en pie, sin dudar ni retroceder a mis palabras.

-Eso es lo que te pido… ¿Podrás pasar íntegro el mensaje?- Le dije.

-Está bien…- Contestó después de un lapso de tiempo relativamente largo. Pudieron ser segundos, pero me parecieron horas.


Una vez terminamos, arranqué la moto, y di la vuelta en el árbol, igual que mi viejo. No me sorprendió no ver a nadie, me lo esperaba por completo. Seguí sin mirar atrás hasta dar vuelta en la primera esquina, donde perdí de vista el cementerio, e incluso perdí también una carga de sentimientos negativos. Al día siguiente, todo el miedo, ansiedad y angustia que no sentí al encontrarme con esa chica, me cayó encima no como cubetazo de agua helada, sino como un cubetazo de aceite hirviendo. Era mas que obvio, el mensaje había sido enviado, el trance en que estaba había terminado. 

Mi papá falleció un lunes en la mañana, y desde que se había enfermado, se pasó varios días en cama. No pude entablar una última conversación con el. Una que valiera la pena. Fue por eso que ahora que mi mensaje había sido enviado ya me sentía mejor, y no era necesario que fuese respondido. No era necesario que me dijera "te quiero", o "estoy orgulloso de ti". Ese mensaje el me lo decía a diario.

martes, 11 de junio de 2013

Y sucedió una noche que...

Ok, Es el inicio de algo que aún no sé si tendrá un final, pues no puedo asumir por completo que llegará el día en que cierre este espacio y me vaya a entretener con otra cosa. Solo espero que de aquí en adelante todo salga bien. Si les gusta lo que publico, gracias, es para ustedes. Si no les gusta, no importa, todos somos críticos.